“Llego a Caracas y contemplo el desolador panorama desplegado frente a mi, y percibo con nitidez como lo que veía empujaba a un lamentable estado de ánimo, hacia un doloroso nivel de deterioro. Aquella esquina había sido parte del ombligo de la ciudad, y ahora parecía un grano purulento a punto de reventar” (Francisco de Miranda 2-3-1811).
La esquina del El Conde fue la sede del Primer Congreso Constituyente de la I República de Venezuela. Era similar a lo que ahora nos acontece, una situación de confusión y conflicto. Fue impulsado por la Sociedad Patriótica para desligarse de la gobernabilidad de Fernando VII, del yugo de esa monarquía absoluta, la necesidad de romper los lazos coloniales que existían entra la Capitanía General de Venezuela y el imperio español.
Entre los factores influyentes se destacaban el deseo de poder de los criollos, que poseían el estatus social y económico, pero no político, la introducción de las ideas del Enciclopedismo, la ilustración, la declaración de independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa, la Revolución Haitiana y finalmente el reinado de José I de España, hermano de Napoleón. El mismo se instaló el dos de marzo de 1811 con 44 diputados, representando a las provincias de Caracas (24), Barinas (9), Cumana (4), Barcelona (3), Mérida (2), Trujillo (1), Margarita (1). Maracaibo, Coro y Guayana no estuvieron presentes.
Este congreso sustituía a la Junta Suprema vigente desde el 19 de Abril de 1810. La casa era conocida como la del Conde de San Javier, y en el supremo Congreso había dos facciones fuertemente en pugna, irreconciliables: los separatistas y los fidelistas. Los primeros partidarios de la independencia, mientras que los fidelistas eran fieles al Rey Fernando VII. Cada diputado representaba a 20.000 habitantes, y fueron muchos los debates hasta que conciliaron, y poco a poco fue ganando la idea independentista, la cual se propuso el dos de Julio, se inició el debate el 3, y el 5 se procedió a la votación.
La independencia fue aprobada con 40 votos a favor, de inmediato el presidente Juan Antonio Rodríguez anunció que estaba declarada la Independencia Absoluta de Venezuela. Francisco de Miranda y otros miembros de la Sociedad Patriótica encabezaron una masa popular, que recorrió las calles y plazas de Caracas aclamando la independencia y la libertad. Esta acción produjo el conflicto armado como Guerra de Independencia entre los ejércitos patriotas y las fuerzas realistas.
Estamos ante una hora esforzada, es imposible caer en cuenta que hay en el triunfo de la MUD una labor de horas, días, meses, años, sostenida, tenaz, inquebrantable, como la de trepar por caminos imposibles hasta la cima que suponía inalcanzable, y una vez clavada la bandera de la hazaña, se emprende una nueva escalada, esta vez por peldaños de aire, hasta algún resquicio de una alta, remota galaxia, donde andan las malas intenciones del oficialismo, de la dupla maduro-cabello, y su obstinación a reconocer que perdieron las elecciones, que su proyecto de sostenerse en el corrompido poder fue rechazado por el pueblo con más de dos millones setecientos y tantos votos de ventaja. Es innegable que estamos en tiempos de crisis y albergamos pocas dudas de que éste comienzo de año prolonga el caos general que esta permeando nuestra sociedad desde hace década y media.
Pero tenemos una esperanza nueva, 212 diputados elegidos en buena ley, dos terceras partes de la Asamblea Nacional que aprovecharán esta crisis para repensarlo todo, o casi todo, ya sea para remover, renovar o eliminar. Y en esto parece que andamos a lo largo y ancho de la rosa planetaria de los vientos, plural, múltiple, ilimitadamente democrática, que logrará convocar y reunir en el espacio vibrátil del Hemiciclo las sensibilidades intelectuales, incluso opuestas, dialogando aquí uno al lado del otro, sin estorbarse, cediéndose la palabra a un buen ritmo, y sin atropellarse, de tal manera que los venezolanos, todos sin distingos podamos disfrutar de una extraña paz, las de los opuestos y paralelos que se complementarán, conjugarán, enriquecerán y dialogarán sin amenazar con agresiones, ni violencias mayores, sin intimidar con vozarrones ni blandir armas blancas o negras. Es la paz auténtica, es decir la que se aleja de los sepulcros en la medida en que se integra a la vida, y se alimenta de ella. Una suerte de alegre exasperación. La unión de lo extraño con lo bello. De lo contario Dios y el Pueblo se los cobrará.