“El Michael Jordan del béisbol”.
Esa fue la frase que Jim Bowden, el gerente general de los Rojos de Cincinnati, empleaba en febrero de 2000 al ilustrar la adquisición de Ken Griffey Jr. Para que jugara con el equipo de la ciudad donde creció.
Y en ese momento, ese era el pedestal en el que se encontraba el jardinero tras disputar sus primeras 11 temporadas en las Grandes Ligas con los Marineros de Seattle. En 10 de esas campañas fue seleccionado al Juego de Estrellas.
Dueño de un fluido y elegante swing desde la izquierda, totalizó 398 jonrones en ese lapso, en el que fue proclamado como el Jugador Más Valioso en 1997 y obtuvo el Guante de Oro en 10 oportunidades en los jardines.
De raza negra, Griffey era una súper estrella con todas las letras, un pelotero idolatrado cuya imagen aparecía en chocolates y cajas de cereales, la clase de figura que el béisbol ha echado de menos en los últimos tiempos.
Todo pese a jugar en una ciudad en el extremo Noroeste de Estados Unidos, donde sus partidos se escenifican en horas que suelen corresponder a la medianoche para los fanáticos en el Este.
Al aparecer por primera vez en una papeleta para el Salón de la Fama, Griffey se presenta con grandes posibilidades de batir el récord de respaldo que Tom Seaver estableció al ser elegido en 1992 con un 98,84 por ciento (sólo cinco de 430 votantes le negaron el apoyo).
Su exaltación a Cooperstown es algo que se da por descontado entre los 32 nombres mencionados en la lista de candidatos.
¿Elección unánime? Es lo que más intriga de cara al anuncio de los resultados de la votación de la Asociación de Cronistas de Béisbol de Norteamérica.
Según se desprende del recuento de los votos recopilados por Ryan Thibs (http://bit.ly/hof16), Griffey ha sido señalado en las 141 papeletas que se han difundido.
Este es mi segundo año que me toca votar y marcar el nombre de Griffey fue tarea sencilla.
Hace un año voté por 10 jugadores -el máximo permitido- y cuatro fueron elevados en julio: Pedro Martínez, Randy Johnson, John Smoltz y Craig Biggio. Resultó ser la mayor cantidad de elegidos en un mismo turno desde 1955. También elevó a siete la cantidad de exaltados en los últimos dos años.
Para esta oportunidad, repito con el máximo de 10 (el 51 por ciento de los votantes hicieron lo mismo el año pasado). Griffey es el único entre los nuevos nombres y se suma a los seis que anoté el año pasado, quienes se quedaron cortos del 75, el porcentaje mínimo necesario para ser inmortalizados. Se trata de Barry Bonds, Roger Clemens, Mike Piazza, Jeff Bagwell, Tim Raines y Mike Mussina.
Los tres nombres que he añadido para 2016 son Curt Schilling, Edgar Martínez y Alan Tramell.
¿Quiénes quedaron fuera?
De buenas a primeras, no se debe descartar a nadie y el esfuerzo es analizar cada nombre, como es el caso de Gary Sheffield, Jeff Kent, Lee Smith, Fred McGriff y Larry Walker, además de Trevor Hoffman, Billy Wagner y Jim Edmonds, estos tres últimos debutantes en la papeleta. No hay espacio suficiente para todos. Más abajo una explicación sobre Mark McGwire y Sammy Sosa.
¿Y los cerradores?
Hoffman, Wagner y Smith se encuentran entre los primeros cinco de la lista de más salvados, pero la misma función de un relevista es lo que le resta peso. Compare la cantidad de innings lanzados por abridores como Mussina (3.562 y dos tercios) y Schilling (3.261) con respecto a Hoffman (1.089 y un tercio) y Wagner (903).
¿Bonds y Clemens, sí?
Ya sea por conducto de conjeturas y sospechas sobre los esteroides, se agrupa a todo aquel que haya sido vinculado. Es lo que ha frenado a Piazza y Bagwell, aunque el primero parece acercarse al porcentaje mínimo. Bonds y Clemens no han pasado del 40 por ciento.
Ponerse a juzgar y dictar sentencias -en diversos casos recurriendo a evidencia circunstancial- sobre lo que alguien hizo o no es un ejercicio pueril. Más allá de eso, McGwire y Sosa no están en el mismo nivel que Bonds.