#Editorial: ¿Perder qué?

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Un médico de Barquisimeto descarga su indignación al difundir un escrito en el cual describe las condiciones en que acababa de completar una intervención quirúrgica craneal.

Había operado sin craneotomo, aparato que facilita la trepanación; ni otonoides, usado para proteger tejido delicado y estructuras nerviosas; ni cera de hueso (controla la pérdida de sangre). Tampoco disponía de  analgésicos ni antibióticos. El paciente estuvo a lo largo del proceso sin  protección profiláctica, ante una posible convulsión, señala el galeno,  con palabras en las que palpita su comprensible desconcierto.

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Contrario a lo que el lector pudiera haber pensado, eso ocurrió en una  clínica privada. El médico advierte que esa situación se ha vuelto frecuente en las clínicas del país. Se lamenta de que hasta la solución fisiológica debe ser aportada por los pacientes.

¿Qué esperar, entonces, de los hospitales públicos, en un país donde lo “público” es sinónimo de tierra de nadie? Bernaind Castellanos, médico residente del Hospital Central Antonio María Pineda, calificó de “infrahumana” la Sala de Partos. Madres y bebés corren riesgos por igual. En consecuencia, el índice de muerte neonatal se ha disparado. En nuestro principal centro asistencial cinco de los siete quirófanos colapsaron y los otros dos funcionan sin aire acondicionado, lo cual favorece la proliferación bacteriana. De manera que en hospitales y clínicas los  pacientes son forzados a extremar su heroica paciencia, mientras a  médicos y enfermeras, mal pagados y peor tratados, se les exige el  milagro que sólo su mística y excelso apostolado logran superar. No cuentan con insumos para los partos, ni siquiera desinfectantes. Los familiares de las parturientas acarrean los costosos y escasos insumos que requieren las cesáreas.

Poco a poco, en Venezuela ha ido desapareciendo todo cuanto huela a Cuba, más por infidelidad de los Castro, ciertamente, que por rectificación de la revolución bolivariana. Por ejemplo, ¿ha escuchado alguien a Raúl Castro tomar partido en el escándalo de los célebres sobrinos? Ese mismo silencio envuelve a la Misión Barrio Adentro, que figuró entre las banderas principales del Gobierno todos estos años. Uno de los “logros” que, según la propaganda oficial, perdería el pueblo en materia de salud si la oposición se hace del poder, comenzando con el control de la Asamblea Nacional.

Y la misma perspectiva que ofrece la atención a la salud, abate al sistema educativo. Los cuadros de deserción escolar son alarmantes. De manera que, más allá de la propaganda, de los golpes de pecho de los personeros oficiales y del propio texto de la Constitución, la educación venezolana, decretada “gratuita y obligatoria” en junio de 1870 por Antonio Guzmán Blanco, no es ya ni una cosa ni la otra.

Además, ahora no somos pobres solamente en Venezuela. Aruba estudia la aplicación de medidas restrictivas ante la “invasión” de compatriotas que, vergüenza nacional de por medio, llegan en bandadas a la pequeña y pacífica isla, siempre con sus maletas a rastras, movidos  por la intención de “raspar” sus cada vez más exiguos y azarosos cupos de divisas. Son los venezolanos que, al margen de una deshonrosa élite, no viajan en jet, ni los esperan yates, ni disponen de pasaportes diplomáticos.

Datos de la Fundación Bengoa dan cuenta de que 11,3% de los venezolanos consumen dos o menos comidas diarias. La Encuesta de Condiciones de Vida 2015 nos echa en cara que 73% de la población vive en condiciones de pobreza. El incremento, en apenas un año, es de 24,6%, en tiempo de vacas gordas, cuando la República ha gozado de ingresos petroleros colosales; pero esta semana el barril de crudo cerró en 34,46 dólares. ¿Podemos confiar en que la situación varíe favorablemente con las mismas políticas, con las mismas consignas vacías, retrógradas, que hacen del fracaso más estruendoso una supuesta “guerra económica”?

Estamos batiendo récords funestos. Seguir así es condenarnos a una miseria que no sólo ha tocado la puerta, sino que hace estragos en los hogares. Eso torna más incomprensible, y hasta repulsivo, el chantaje que se le pretende hacer al pueblo, cuando se le dice que si en el país hay un cambio político los pobres perderán “todo lo que se ha logrado” bajo la revolución. Qué cinismo, por Dios, ¿perder qué?

 

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