En memoria de Carlos Zapata Escalona
Parafraseando al Libertador, es ésta una modesta definición de la gloria. Bueno y útil fue Carlos Zapata Escalona y de allí que me permita este tributo a esa, su modesta gloria.
Zapata fue un ciudadano ejemplar, porque supo sembrar ejemplo en las diversas facetas de su larga y fructífera vida. Desde muy joven hizo de la medicina su vocación existencial. Destacado alumno en la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, gozó de la deferencia de sus profesores, especialmente de dos a quienes siempre veneró como sus maestros y quienes le abrieron grandes oportunidades en su desarrollo profesional: los eminentes médicos Carlos Gil Yépez, larense y Félix Pífano, yaracuyano.
En la época de la medicina tecnológica, Carlucho, como le decíamos afectuosamente sus amigos, tuvo especial preferencia por el difícil arte de la clínica. Era, para decirlo con palabras del poeta, “doctor para saber cómo se tienta el pulso al corazón desde la mano”. Recuerdo que una oportunidad demoraba un buen rato tomándole el pulso a mi madre y ella, un tanto fastidiada y con irreverencia que no sólo se debía a su ancianidad, le pregunto: y hasta cuando me va a tomar el pulso? Y Carlucho le contesto: “hasta que él me diga todo lo que tiene que decirme”. Tenía fama de hacer los mejores diagnósticos basándose en el examen personal de sus pacientes. Decía: “en media hora de conversación yo suelo encontrar mejor información que en todos los exámenes que me trae el paciente”. Por eso su consulta era larga y meticulosa.
Su vocación por la medicina no solo se reflejó en el ejercicio profesional, sino también en la actividad académica. Centenares de médicos egresados de nuestra Alma Mater recibieron su enseñanza y supieron de su sabiduría. Fue jefe de Departamento y Decano de Medicina. Su vocación universitaria lo llevo al ejercicio del Rectorado. En todas estas actividades dejo su impronta de hombre honesto y cumplidor de sus deberes
Cristiano de firmes convicciones, Carlucho no era un hombre de sacristía. Siempre entendió que el cristianismo más que una forma culto era un compromiso de conducta, una forma de actuar en la vida. A edad temprana contrajo matrimonio con una hermosa joven de ascendencia italiana, Rafaelina Rotondo, y con ella construyo una muy numerosa familia, formada en los fundamentos de la religión católica. Sus convicciones religiosas le llevaron abrazar la doctrina social de la Iglesia Católica y al desempeño activo de la política. Fue militante y dirigente. Fue activista en la oposición y en el gobierno.
Desempeño importantes cargos, fue concejal de Barquisimeto y gobernador de Lara. Pero nunca hizo de la actividad política ocasión para el clientelismo o para el enriquecimiento personal. Quizás, lo más importante de su desempeño vital, dadas las lamentables circunstancias de nuestro país, fue haber demostrado que la política y la ética no son incompatibles.
Carlos Zapata fue, además, un humanista. Alumno del gran pintor Monasterios, fue siempre un apasionado del arte y de la cultura. Era infatigable tanto en la lectura como en la conversación. Durante su gestión gubernamental dio apoyo fundamental al movimiento de orquestas juveniles que hoy constituye orgullo venezolano y al Museo de Barquisimeto. Entre los privilegios que me ha dado la vida cuento el de haber colaborado con la gestión cultural de su administración.
A los ochenta y seis años de edad, con gran nostalgia, pero consciente de las limitaciones que le iba imponiendo el inexorable transcurso del tiempo, formalizó su retiro del ejercicio profesional y se retiró a los cuarteles de invierno. Allí lo visité con frecuencia. No abandonó su vocación por el estudio, su inagotable inquietud intelectual y su permanente preocupación por Venezuela. Sabía que su ciclo estaba llegando a su fin y lo enfrentaba con la tranquilidad del hombre que, después de muchos años de vivencia, podía mirarse en el espejo sin sentir vergüenza de sus ejecutorias. Su salud mermó, pero no puede decirse que sufrió cruel enfermedad. Dios recompensó su bonhomía concediéndole una larga y fructífera vida y un buen tránsito a la eternidad. Fue la muerte del Justo, tranquila la conciencia, abierta la esperanza, rodeado del afecto de los suyos. Ruego a Dios porque esas circunstancias lleven consuelo a su esposa, hijos, nietos, bisnietos y a todos quienes le conocimos y admiramos y hoy nos sentimos entristecidos por su partida, aun cuando bien sabemos que a su longeva edad tenía derecho a un merecido descanso.