Gracias a la tecnología y su uso en las redes sociales, no hay que esperar el resultado de investigaciones comunicacionales para tomarle el pulso al día a día. Las investigaciones nos permitirán tener una mirada más profunda y analítica sobre las tendencias y sus razones, pero nuestra mirada cotidiana irá registrando elementos que nos permiten llegar a ciertas deducciones que por personales no siempre serán subjetivas.
De la enorme necesidad de espiritualidad y sentido de lo Sagrado, dan fe los numerosos mensajes, casi siempre repetitivos e incluso superficiales, en torno a la concepción de un Dios que todo lo perdona y está allí para resolver nuestras necesidades, trátese de lo cotidiano o de lo trascendental, al cual no sólo se le atribuyen las maravillas del mundo sino el ser dueño del tiempo de cada uno, con lo cual se diluye la responsabilidad individual de no haber hecho lo suficiente para adelantar sus propios proyectos de vida, al estar sujetos a un proyecto superior del cual no tenemos posibilidad de cambiar nada, salvo nuestra actitud.
Superficialidad que alcanza también la necesidad de ahondar sobre lo que somos en el devenir del tiempo, asunto de reflexión filosófica cuyo pensamiento, al margen de escuelas y tendencias, es patrimonio universal de la humanidad. Si bien no basta una vida para conocerlo, puede ser abordado al menos en una visión general que no dejará ser grata e interesante pero que por requerir tiempo y esfuerzo, ha terminado por ser banalizada en versiones “ligth” que sobre el comportamiento humano, han sido dichas desde tiempos inmemoriales por algunos pensadores de oriente y occidente. Esta superficialidad puede rastrearse en los innumerables mensajes que sobre la vida, la juventud, maternidad, paternidad, vejez, felicidad, dolor, enfermedad, por citar algunos, circulan repotenciándose unos a otros, a la manera de los hongos de panadería.
Los años 60 no sólo liberaron a hombres y mujeres de varios tabúes sino que abrieron la posibilidad de democratizar el conocimiento, de sacarlo de los claustros universitarios y compartirlo. De remozar viejos métodos, formas de aprender, enseñar y le otorgó valor al conocimiento informal. De ello dan fe las reformas universitarias cuyo ícono fueron las ocurridas en Francia, cuyos ecos se sintieron en la UCV. La libertad, sus variadas expresiones y ámbitos, así como su defensa fue un tema común a todos.
Lo que comenzó en la academia, continuó en la calle. Se rompieron esquemas y surgió la curiosidad en Europa por las culturas orientales. Los Beatles y los Rolling Stones pusieron de moda los viajes a la India y los Gurús. La música acusó nuevas melodías, se popularizó el uso de las drogas y la moda se llenó de telas livianas y coloridas. La gastronomía acusó la incorporación de técnicas, ingredientes y tabúes alimenticios y en Europa del Este, se gestaban los conflictos que desde el 70 resquebrajaron el socialismo real y acabarían con la URSS. El siglo XX se perfilaría como el más movido de la humanidad.
Décadas después del llamado “mayo francés” y de la caída del Muro de Berlín, sigue ejerciéndose la política tradicional en todos los continentes, aunque ya hay recursos de Derecho Internacional para oponerse a sus desmanes. La guerra y sus justificaciones siguen aguardando por sus víctimas. Se ha masificado la información, no el conocimiento. La primera salta en cualquier esquina en una infinita variedad de lo mismo. El conocimiento en cambio, sigue ajeno por el desinterés de las mayorías, incluyendo la de las clases profesionales, políticas e ilustradas, en penetrar en sus desconocidos territorios.
La especialización ha contribuido a la formación de tecnócratas expertos en microcosmos pero ajenos al sentido profundo de la vida, carentes de tiempo para leer y reflexionar, víctimas de cualquier mensaje de red, que pretenda resumir en diez pasos, lo que usted o yo, seres humanos del siglo XXI necesitamos saber para poder sobrevivir en un mundo contradictorio que dice salvar la vida mientras de variadas maneras, siembra la muerte de ideas y de seres humanos.