En estos momentos prácticamente todos los análisis, estudios, elucubraciones, proyecciones, pronósticos y demás yerbas aromáticas apuntan hacia la gran fecha: el 6D. No obstante, es mucho más importante y va a tener más repercusión en el futuro inmediato del país, el “día después”. Con un sí enfático decimos: no cabe la menor duda. A partir del 7D, Venezuela ya no será la misma en el sentido que el hecho político se manejará de una manera diferente a como lo hemos conocido en estos últimos años. Soportamos esta afirmación en vista que todos los escenarios que se proyectan para las elecciones parlamentarias de finales de año señalan un resultado electoral que no se parecerá en nada a los que hemos tenido últimamente. Coincidimos con Francisco Rodríguez de Bank of América y Edgar Gutiérrez de Venebaró-metro en que la balanza del voto popular mayoritariamente –en esta oportunidad- se inclina hacia la oposición. Aun faltando poco menos de tres meses para la realización propiamente dicha de los comicios, es difícil prever un resultado que mantenga el tradicional comportamiento electoral que ha caracterizado a los venezolanos. Con esto queremos decir que la campaña electoral y todas las acciones de política pública que se puedan desarrollar desde el gobierno más las actividades estratégicas desarrolladas por el bloque opositor, van a tener su influencia en las variaciones de intención de voto de los venezolanos, pero el clima de opinión pública vivido bajo este proceso comicial en particular, es muy diferente al de la última década, por tanto, tendrá sus consecuencias políticas.
Una Asamblea Nacional con una correlación de fuerzas políticas distinta a la actual va a abrir un marco de discusión política en unos términos que contrastan abiertamente lo que ha sido esta instancia legislativa.
La hora de los estadistas
Decía Charles- Louis de Secondat, mejor conocido universalmente como el barón de Montesquieu que “para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder”. Palabras éstas que han tenido y tienen una resonancia hacia lo que ha sido la naturaleza humana y sus excesos en la historia del mundo, cuando se ejerce el gobierno sin contrapesos institucionales de ningún tipo cuyas consecuencias generalmente son nefastas. A partir del 7D, estas palabras de Montesquieu van a ser el norte de una sociedad que se ha venido cansando paulatinamente de los desequilibrios en el manejo del sistema político venezolano. Pero para ello, tiene que haber reacomodos institucionales. Discusión política, acuerdos nacionales, concertación de políticas, actuaciones legislativas que promuevan el desarrollo económico, elementos éstos que reconfigurarán la balanza de los equilibrios de los que siempre mencionó el padre moderno de la división de poderes. No va a ser fácil, el 7D tendrá un 8D, un 9D y así sucesivamente. Hay que entenderlo de una manera global. El liderazgo político venezolano y la sociedad misma deben comprender que el día después tendrá una semana después, un mes después, un año después y una década después. Este es el tiempo mínimo para reconstruir un país devastado en la superestructura y en la infraestructura parafraseando términos marxistas y liberales. Los estadistas deben tener presente esta otra máxima de Montesquieu: “Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa”, en tal sentido las políticas públicas no se pueden imponer sino más bien concertarse de acuerdo al interés nacional, no al interés de alguna parcialidad política o ideología excluyente y dogmática. Desde el máximo órgano legislativo nacional, desde la cuna de cualquier sistema político democrático, desde la pluralidad del debate parlamentario se hace necesario que desde el 7D se orquesten la líneas necesarias para que al comenzar la nueva legislatura en enero del 2016, el país pueda asimilar la nueva etapa de discusión política que debe estar más cerca de la ciudadanía y más lejos del dogmatismo. Es un gran desafío. El mayor de todos en dos siglos de historia republicana y no estoy siendo exagerado. Temas como la recuperación de la producción nacional, mantener el gasto público bajo control por la bajada de los precios petroleros, la apertura para captar inversión extranjera en negocios diferentes al petróleo, la reconciliación, la despolarización, la construcción de un norte común, el abatimiento de los enormes índices de inseguridad; en fin, la recuperación de la confianza para que nuestros jóvenes talentos no sigan emigrando en masa. El país, ahora más que nunca, a partir del 7D, necesita ¡estadistas!.