Hace apenas unas semanas, el Gobierno estaba ensartado en un rabioso pleito con Guyana. Por lo visto, el delicado tema de las concesiones petroleras en nuestras aguas territoriales fue congelado, al menos en lo que a Venezuela respecta, porque el poder ha pasado a ocuparse de que sus tropas cierren la frontera con Colombia, la más viva y fusionada de la nación, con la grotesca excusa de despachar a su lugar de origen a masas que, en la desvergonzada versión oficial, se arrastraron hasta acá empobrecidas, desesperadas por compartir con los venezolanos el clima de paz, así como la seguridad y la floreciente prosperidad económica y social que aquí se disfruta, gracias al socialismo.
Una posición insostenible, cruel y despreciable, desde donde se la mire.
En primer término, porque Venezuela es, ahora, para nuestra desgracia, un país de emigrantes. ¿Cómo es que los vecinos se desplazan hacia este lado de la frontera en busca de una bonanza y de una oportunidad que millares de compatriotas nuestros no encuentran, y lo pagan con un destierro creciente, sobre todo de profesionales y de jóvenes? ¿Por qué, siendo Venezuela un mercado tan atractivo, nuestra moneda es la más débil, la más erosionada por la inflación? Además, si fuese cierta tamaña impostura, nada justifica los casos de violación a los derechos humanos que, gracias a reportes de las agencias internacionales de noticias, el mundo ha podido apreciar, y desaprobar, en vivo y directo.
La frase de Jacqueline Farías, candidata a la Asamblea Nacional por el PSUV, en el sentido de que sólo se respetará la integridad de quienes se encuentran “legales” en el territorio nacional, será registrada por la historia como la ratificación del aberrante despropósito de estos cruzados del “humanismo”, comprometidos, de la boca para afuera siempre, con la integración latinoamericana y la autodeterminación de “todos los pueblos de la Tierra”. Una revolución que, por cierto, acompaña en La Habana, en el papel de insólitos mediadores, el incierto proceso de pacificación de Colombia, en la actualidad estancado, a quién podría sorprender.
De camorra en camorra, a la caza de cualquier pendencia, a eso se reduce la estrategia geopolítica del Gobierno, su díscola y provocadora “diplomacia”, empecinada en armar distracciones y sistemáticos olvidos colectivos.
Así, cuando, igual de irreflexivo e intolerante, Donald Trump se encolerizó con los mexicanos, desde aquí se olfateó en el aire la oportunidad de entrometerse y gritarle fascista, xenófobo y racista. Nicolás Maduro acusó al magnate estadounidense de haber cometido la salvajada de arremeter, verbalmente, contra inmigrantes merecedores de un trato digno, “nuestros hermanos de México, que bastante perseguidos son”.
La hostil promesa de Donald Trump de levantar un muro es, por ahora, sólo una amenaza que los electores están a tiempo de evitar. En cambio, es un hecho ya consumado la agresión a decenas de familias, incluidos niños, ancianos, enfermos y mujeres embarazadas, quienes se han visto en la penosa necesidad de huir por las trochas y ocupar albergues improvisados en Cúcuta y Villa del Rosario, tras sufrir la demolición de sus viviendas marcadas con una “D”, y ser echados a la fuerza, con humillación y despojo, cual judíos en la época nazi, en muchos casos bajo engaño o episodios de burla.
Ningún fanatismo es capaz de aplaudir acto tan desquiciado. De allí que la antibolivariana animadversión contra Colombia ha quedado reducida a la esfera oficial. La escualidísima marcha convocada en Caracas “en defensa de la paz”, confirma que la sociedad venezolana conserva su racionalidad. El país soporta estoico y centrado el bochorno de ver bailar cumbia al Presidente en pleno conflicto, o cuando acusaba a Juan Manuel Santos de “haberla embarrado”, o al desafiar al ex presidente Álvaro Uribe a irse a los puños.
La nación sabe bien que en la frontera se mueve algo más grave y corruptor que el bachaqueo al detal de productos. El contrabando de extracción, a gran escala, de alimentos y combustible, es un negocio multimillonario controlado por mafias poderosas. En el fondo, pudiera estarse librando una guerra de carteles. Allí campean los paramilitares, pero también la guerrilla. El cobro de vacunas a los ganaderos, el tráfico de armas y de cocaína, nada de eso se verá afectado por el Estado de Excepción. Todo lo contrario, podría servir para consolidar los aliviaderos de las FARC, un actor clave en todo este asunto que no es mencionado para nada por el Gobierno.
Por eso el país, aleccionado y sensato, tiene su mirada fija en la cita electoral. Es la ocasión de expresarse. La brecha a favor de la oposición se ubica hoy entre 15 y 20 puntos. En tiempos de un desplome de popularidad tan demoledor, aquel que ordena marcar casas con una “D”, pudiera llevar ya en la frente el liberador signo del “6D”. En semejante trance, el baile de la pollera colorá debiera ser acompañada por los músicos del Titanic.