Después de 1998, grandes capitanes del comercio, la industria y las finanzas prosiguieron la senda clientelar. Se dirá de un modelo rentista que los forzaba, aunque reclamaron e inculparon al liderazgo político de la crisis de agotamiento y fracaso del populismo precedente.
Un amigo partidario de Chávez Frías no dejaba de comentarnos las incansables diligencias y los beneficios conquistados a la vieja usanza, incluyendo el cortejo de los más altos funcionarios. Seguramente quedará constancia del ventajismo obtenido en sendas licitaciones (cuando las hubo), los créditos de mil caminos, la interesada disminución de algunos aranceles, entre otros de los privilegios que el gobierno nacional puede dispensar y dispensó, incluyendo el secreto notarial y registral que lo es, cuando no resulta fácil a ningún extraño acceder a la documentación.
Naturalmente, en la medida en que el gobierno adquiría una mayor experiencia, confianza y destreza, se impuso el relevo paulatino de los beneficiarios, habida cuenta de que el consumo (y las importaciones así lo confirman), nueva y astronómicamente se impuso por encima del trabajo, la producción y la productividad. Insustentable a mediano y largo plazo, el socialismo rentístico transitará hacia una definitiva militarización de la economía, sincerada como de guerra, donde no cabrá la iniciativa privada, excepto que el nuevo apostolado, inherente a toda etapa saudita como la que atravesamos (añadido el inmenso e injustificado endeudamiento público), termine especializándose en el mercado negro.
Por consiguiente, demostrado por los hechos históricos, el empresariado privado que apostó por el Presidente-Comandante, sin el menor pudor a la vez que incriminaba a la otrora dirigencia partidista, obviamente no tiene otro porvenir que el apoyo decidido a Henrique Capriles. Y, aunque pueda lucir tan monumental tanta obviedad, no lo es al tratar de rifarse con un nombre distinto al de Chávez Frías.
En efecto, el problema es –precisamente– el modelo rentístico tan urgente de superar, más allá de la candidatura presidencial. Ha agonizado demasiadas veces, pero no debemos esperar al fatal desenlace para incursionar en una economía libre y competitiva, sobre la cual es posible actualizar las legítimas demandas de la justicia social, renovando intenciones y propósitos, hartos de una extemporaneidad que aniquila los mejores sueños por otro proyecto histórico centrado en la persona humana.
Inaceptable que la única tarea sea la de recuperar y ascender en la diaria producción de barriles, francamente desindustrializados, complotando por gozar de la gracia gubernamental. Sentimos que el empresariado privado estiró demasiado la cuerda hasta reventarla en el presente decenio, por lo que el 7-O constituye –apelando al dicho popular- la última oportunidad para el Magallanes: ayudar a la construcción del otro modelo de desarrollo, reconociendo los errores, equívocos o malentendidos que exclusivamente le imputaron a una generación política que, mal que bien, los advirtió a tiempo.
@luisbarraganj