No es redundancia. Es pleonasmo. Es una adjetivación innecesaria ante lo que es suficiente como realidad y se basta sin añadiduras, a saber el anuncio por Nicolás Maduro de suspender las garantías en la frontera. Olvida que en un país como el nuestro, sin parlamento que pida cuentas ni Estado de Derecho y sin jueces independientes, de suyo las garantías son un lujo inaccesible.
¡Casi 25.000 venezolanos fueron víctimas de homicidio en 2014, bajo el manto de la cultura de la muerte e impunidad reinantes! ¡Llega a 3.548.930 el número de hogares que ya integran la franja de pobreza, es decir, el 48,4 por ciento de la población!
Si existiesen garantías no hablaríamos de presos políticos o de colas mendicantes a las puertas de los mercados y farmacias, que no discriminan socialmente. Ambos son la interpelación más cruda al régimen cabello-madurista, para el que poco significan el derecho a la vida, el debido proceso, la alimentación, la salud, la libertad de pensamiento y expresión, y párese de contar.
Suspender las garantías en la frontera, así las cosas, es sólo el anuncio de una ola de represión más acentuada sobre una población ahíta de angustias y penalidades, como la tachirense, la más combativa y protestataria hasta ahora.
De modo que, argüir la violencia fronteriza por un gobierno que la importa deliberadamente desde agosto de 1999, permitiéndole a las FARC usar nuestro territorio como aliviadero para sus crímenes, y a la sazón justificar un decreto de emergencia para frenar al narco-negociado y sus efectos, no puede significar otra cosa que una corrida hacia adelante. El régimen hace aguas y es presa peligrosa de los nervios.
Si la cuestión acaso tuviese ribetes económicos, el llamado “bachaqueo” o contrabando de extracción hacia la vecina república, la medida equivale a tanto como frenar a un rio caudaloso en su desembocadura. La escasez, la hiperinflación, el control y agotamiento de las divisas tiene su origen en el Palacio de Miraflores. La frontera es una simple consecuencia. De donde, si cabe, una suspensión de garantías bien se justifica alrededor del territorio palaciego.
Vayamos a los hechos.
La ONU ha señalado que por obra de “esa perversa vecindad” somos “la única fuente de los cargamentos clandestinos de cocaína interceptados a lo largo de las rutas marítimas hacia África occidental, en camino a Europa y Asia”. Y “más del 40 por ciento de los cargamentos vía marítima de cocaína incautados en Europa entre 2004 y 2010, y más de la mitad de los que, interceptados en Alta Mar, iban hacia Europa entre 2006 y 2008, se originaron en Venezuela”. Se trata, en suma, del “bachaqueo” mayor.
En septiembre de 2004 fueron asesinados 6 jóvenes soldados venezolanos en La Charca, estado Apure. Y no se suspenden las garantías.
En 2005, muere otro soldado a manos de la violencia procedente de Colombia, y el Ejecutivo oculta el hecho.
En 2009, caen 18 soldados muertos en un extraño accidente, cuando supuestamente enfrentan desde Venezuela al narcotráfico; atribuyéndolo Hugo Chávez al conflicto interno con Colombia alimentado por Estados Unidos. Pero nada pasa. Y el mismo año, otros 2 soldados son asesinados en San Antonio del Táchira. Se acusa del hecho al contrabando de combustible. Se cierra la frontera por horas, y sólo eso.
Durante el quinquenio de Rafael Caldera (1994-1999), 32 militares nuestros ofrendaron sus vidas en 14 ataques perpetrados por la narco-guerrilla colombiana. No olvidemos la Masacre de Cararabo – que deja en entredicho al mismo Chávez – y la lucha agonal en la que las FFAANN sabían del lado en que se encontraban, distinto al del narcotráfico y la guerrilla colombianos.
Las muertes siguen luego, según lo reseñado, pero bajan comparativamente desde cuando nuestros militares se pasan al bando enemigo. Ocurre una suerte de colusión criminal fronteriza “en paz”, por razones de “conveniencia política” cubana, hasta cuando los negocios vomitan ambiciones y provocan los “ajustes de cuentas”.
¿A qué viene, entonces, el arrebato y la sorpresa de Maduro por lo que ocurre en nuestros límites con Colombia? ¿O su pelea con Guayana después de haberle permitido hacer y deshacer en el Esequibo?
El catecismo cubano, durante medio siglo, enseña que los errores de casa se tapan acusando a los vecinos, transando broncas en la calle, exaltando el nacionalismo. Y, por lo visto, Nicolás machaca sobre ese libro viejo y descuadernado para diluir su impotencia. Cree aminorar la pendiente de opinión que lo arrastra antes del 6 de diciembre, o dado el caso patear la mesa. Entre tanto, los Castro, zorros viejos y pragmáticos, se suben sobre el “asno” que es el símbolo demócrata de Obama y leen las encíclicas de Francisco.