Leí con mucho interés el artículo de Sira Vargas Rodríguez titulado: Nuestra educación tragedia nacional.
Ciertamente, como allí se dice, muchos catedráticos no pueden dispensar una notable enseñanza, sencillamente por carecer del hábito de la lectura; más crudamente, según afirmación de la señora Sira, porque “no saben leer”.
Sin duda, un maestro que no lee, no estudia, no responde a interrogantes de su propio menester, no puede esperar de sus alumnos cambio alguno en su proceso de formación.
Los posgrados no son, por sí mismo, garantía de una educación excelente. Muchos posgraduados docentes, aunque luzca contradictorio, en lugar de ampliar y reforzar toda la instrumentación obtenida en el curso realizado, se encasillan en una fementida “especialización” que desvirtúa su condición original de educador, en la línea de un Simón Rodríguez, Cecilio Acosta, o un Luis B. Prieto Figueroa.
Un posgrado en docencia tendrá significación si, y sólo si, se emplea como novedosa herramienta en función de los intereses del educando.
No es del todo verdad que los niños entran a la “Educación Inicial como diamantes y los transforman en carbones”; en el país hay instituciones educativas en donde la operación se invierte, a pesar de haber maestros y profesores que no exigen de sus alumnos más de lo que no se puede dar. He aquí, entre otros móviles, la razón de las tareas para la casa.
El docente debe utilizar el recurso del aula, y disminuir la faena escolar en casa. Las actividades que implican investigación deben ser supervisadas, a fin de evitar el desvío hacia el “copiado y pegado”, que es el “trabajo” presentado por el alumno.
Las exposición oral constituye una estrategia para evaluar dominio de un determinado aspecto, pero no para medir capacidad memorística. En las exposiciones debe dársele libertad al estudiante para que exprese sin censura el tema seleccionado; para que manifieste su imaginación y talento, respetando sus naturales deficiencias. Sólo así tendremos diamantes y no carbones; sólo así la energía potencial de nuestros muchachos, inducida por la energía de activación del maestro, se convertiría en inteligencia o capacidad para aprender, razonar y adaptarse a nuevas situaciones.
En relación a las “reprobaciones”, el artículo 112 del Reglamento General de la Ley Orgánica de Educación norma en 30% o más, el porcentaje de estudiantes aplazados con derecho a presentar una segunda forma de evaluación. No ordena “las repeticiones de exámenes” hasta su aprobación.
Por otra parte, el citado artículo establece que la segunda forma de evaluación no podrá ser desviada hacia modalidades distintas a la primera evaluación; es decir, si ésta se basó en una prueba escrita, la evaluación sustitutiva no sería la aplicación de un taller, exposición u otra variante, sino una prueba escrita con las mismas características de la primera; ¡cuidado!, no «repetición de la primera».
Es verdad: “hasta que el estudiante no construya las competencias” preestablecidas, no podrá avanzar en su aprendizaje. Esa premisa es la que debe guiar al docente en la estructuración de una valoración pedagógica tal, que no contenga incongruencias.
Enhorabuena señora Sira por haber pellizcado la delicada piel de un paciente que, sin dudas, puede mejorar notablemente mediante un acertado diagnóstico y posterior tratamiento de las comunidades educativas.