Para recordar: “Los afligidos y menesterosos buscan las aguas, que no hay; secóse de sed su lengua; yo Jehová los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé” (Isaías 41:17).
Desde los meses febrero y marzo de 2015, se han tocado poco los resultados de las luchas libradas por la ineficiente prestación del Seguro de Hospitalización, Cirugía y Maternidad, HCM, que gozamos los docentes en Venezuela, cuyo garante es el Ministerio del Poder Popular para la Educación.
Se entiende que dicho Ministerio (a través del Seguro), generalmente les adeudan a las clínicas privadas y por ello, “limitan” atender pacientes con dicho beneficio, pero la medicina privada pudiera tener un poco más de recursos materiales y humanos por efecto de los recaudos económicos; sin menospreciar a los galenos adscritos a los hospitales públicos, quienes hacen milagros para atender a los pacientes, dada la escasez de insumos.
Proponemos que se reciba el primer paciente en el hospital público amparado con el seguro en cuestión y los millones que gaste sean enviados y bien administrado por dicho hospital.
Generalmente, los docentes notamos esta deficiencia cuando nos enfermamos, o simplemente al buscar algún reembolso por cualquier causa de salud (prácticamente nunca llega) y por esta razón, Méndez, G., en el diario eluniversal.com, 18/02/15, contabilizando unos 500 mil docentes, señalan que esta situación, ‘también’, afecta a unos 2 millones y medio de familiares.
Hace unos días, cuando enfermó mi hermana María E., en esta ciudad, nos dimos cuenta la odisea para encontrar una clínica que aceptara el seguro de los educadores, del cual nos inhibimos dar su nombre, y en la clínica que se logró acceso, transcurrieron varias horas para que el “seguro en cuestión” le otorgara lo que llaman la “clave” (autorización) de ingreso.
En general, en la emergencia, pasan los minutos u horas y aunque le aplican un mínimo de atención (tal vez la necesaria), el paciente está sufriendo mientras la ansiosa espera de dicha clave, y sin lugar a dudas el cuadro en muchos casos tiende a agravarse, o sufre sin necesidad, sin que los familiares, médicos, enfermeras o enfermeros, puedan hacer mayor cosa por el quebrantado.
La cobertura del seguro suena como mucho, unos 50 mil bolívares, pero cuando se trata de una clínica, eso se diluye, o se consume en poco tiempo. En primera instancia, ofrecen la mitad, luego es un “vía crucis” para que otorguen la extensión necesaria. Dada la tardanza, los familiares pagan el ingreso, para salvarle la vida, o lograr la completa atención del paciente (habitación, cuidados intermedios o intensivos).
Por lo anterior, el corresponsal citado señaló el caso de la maestra Alba Betancourt, en Trujillo, quien tuvo que ingresar a su padre en una clínica y aunque le prestaron la debida atención hospitalaria, tuvo que cancelar con sus propios ahorros los servicios prestados.
Esto de la situación de la salud en nuestro país es para atemorizarnos, pero tenemos un Dios que se dirige a los “afligidos, menesterosos” y/o habitante de nuestro país, del mundo y dice: “… yo Jehová los oiré, yo no los desampararé”. Y no solo nos ofrece la salud física, sino que desea nuestra salud espiritual (3ª Juan 2).
Tampoco olvidemos: Una medicina o un médico con la bendición de Dios, valen más que cien (100) sin su favor o su gracia.
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