Del Guaire al Turbio

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La avalancha de críticas que esperaba por mi artículo anterior (Írrito e Irritable) no llegó. Llegaron una alabanza y una crítica muy ácida. La primera, sincera y por amistad; la segunda lo mismo, porque es de alguien que quiero mucho –heterosexual, por cierto- que hasta hace poco estaba de acuerdo con mi posición en relación al matrimonio de personas del mismo sexo, pero ahora es todo lo contrario. Supongo que otros comentarios no aparecieron, no sólo por amistad, sino por prudencia, misericordia o simplemente porque tengo poquísimos lectores y, entre éstos, unos bastantes perezosos para escribir. Gracias a todos.

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Pero por allí se me coló la palabra misericordia y es sobre ésta que quiero escribir, porque el Papa Francisco decreta pronto el Año de la Misericordia. Sus razones muy poderosas tendrá. Empecemos por analizar el origen de la palabra: miser, significa en latín miserable, desdichado; cor, cordis, es corazón (utilizo inútilmente la letra bastardilla porque El Impulso no me la tomará en cuenta), luego, misericordia es sentir la desdicha de los demás, preocuparse por ésta, tratar de ayudar y consolar. La misericordia es una forma muy alta de amar.

Pero falta en el mundo. No sólo ahora, ya en el Antiguo testamento Dios clamaba a los israelitas. “¡Misericordia quiero y no sacrificios!” Se refería a que se ocupaban mucho de ofrecerle holocaustos de animales para honrarle y sin embargo se olvidaban del socorrer al prójimo. La misma queja la hace el Hijo de Dios ya en el tiempo de la Redención. Luego, se ve que los humanos tendemos a encerrarnos en el círculo de nuestro egoísmo y escogemos para adorar a Dios los caminos más fáciles, como hizo Caín y miren en lo que terminó. En nuestro tiempo no inmolamos animales, pero a lo mejor rezamos muchas oraciones sin inmolarnos nosotros mismos en servicio a los demás.

Cristo es sacerdote, víctima y altar. Cerró el ciclo de la Vieja Alianza y abrió el de la Nueva. Terminó con la sangre de cuadrúpedos y aves como ofrenda propiciatoria y se ofreció él mismo por nosotros como ofrenda única ante su Padre Dios, una sola vez en el tiempo y siempre en el misterio de la Eucaristía.

El mundo necesita de misericordia, clama por ésta ahora ante la sangre de millares de víctimas inocentes, sacrificadas por persecuciones políticas y religiosas. Pero cuidado de no tomar a nuestro propio pie de la letra de hoy eso de “misericordia y no sacrificios”. No nos pongamos a implorar misericordia sólo de palabra. Los sacrificios que no quiere Dios son los externos a nosotros, pero siempre querrá, como apoyo y fuste para la petición, aquellos escondidos de penitencia y renuncias personales, que san Josemaría Escrivá llama “la oración de los sentidos”.

Venezuela necesita de misericordia, ¡y cómo! Estoy segura de que no nos cansamos de pedirla, pero quizás nos está faltando el apoyo eficaz de este tipo oración con protagonismo corporal. Cuesta mucho, tal vez, la carne es cobarde, pero el rendimiento es óptimo.

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