¿Quién no ha oído hablar en este planeta acerca de la tragedia del Titanic? Creo son muy pocos quienes no conocen esta triste historia. Mucho se ha dicho de las cosas que allí sucedieron y el mundo de la cristiandad está, si se quiere, directamente relacionada con todo esto. De allí, que la ocasión sea propicia para detallar algunos aspectos de este evento, que pueden dejarnos una interesante enseñanza espiritual
Por ejemplo, la historia que no se cuenta es la de un pastor bautista, quien en medio de aquella tragedia, cuando era inminente el hundimiento de la majestuosa nave. Cuando toda la gente que no pudo subir a los botes de salvación andaba gritando, llorando y agobiados por la desesperación, a sabiendas que la muerte estaba frente a sus aterrados ojos, el pastor los detenía por segundos y les preguntaba: ¿Aceptas a Cristo como tu Salvador personal?Dicen que las reacciones fueron diversas. Un cuantioso número de personas, con lágrimas en sus ojos decían sí, sí, sí. Otros no contestaban. Y los más rebeldes maldecían. Pero hubo un hombre que le dijo al pastor, que sí. Que aceptaba a Cristo como su Salvador Personal, pero si él le entregaba su chaleco salvavidas y el pastor con gusto se lo dio. Evidentemente esto refleja, el grado de convicción que este cristiano tenía en el poder para salvar de nuestro Dios. Cuando todo se hace con verdadera fe, que sale de lo más profundo del corazón nuestro amantísimo Padre Celestial lo sabe y salva..
La verdad no dudo que esta historia sea real, por cuanto hay muchos cristianos que sí han entendido lo que realmente Dios quiere enseñarnos y todo se resume a la Salvación del pecador. Con tan solo una pregunta y una respuesta sincera en la antesala de la muerte, puede ser el momento de Dios para salvar. Estoy absolutamente convencido, que este pastor bautista le abrió el camino de la Vida Eterna a muchos. Y más seguro estoy que su sorpresa será mayúscula cuando allá en el cielo, cuando el Señor venga por segunda vez y nos lleve allí por mil años, como lo dice la Biblia, se acerquen a él, aquellos, a quienes les sacó esa memorable decisión, para darle las gracias.
Algo parecido sucedió en la cruz del calvario. Jesús estaba colgando en el madero, crucificado con dos ladrones. Uno, tenía el espíritu de odio, resentimiento y desafiaba la majestad divina reclamando y exigiendo al Señor un portento que les liberará de la muerte. El otro, estaba triste.
Sabía que iba a morir, pero defendió la inocencia del Señor Jesús e increpó de manera firme a aquel que blasfemaba contra el Señor. A ambos, de alguna manera nuestro Señor les preguntó “¿Aceptas a Cristo como tu Salvador personal? El primero maldijo. Pero el otro dijo sí, sí, sí. La respuesta de Dios fue inmediata, “De cierto te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso”, por cuanto pudo evaluar la sinceridad de su corazón. Este criminal estaba verdaderamente arrepentido. Era sincero. Lloraba honestamente la vida criminal que había llevado, no lloraba las consecuencias de sus actos como muchos, sino la afrenta que había hecho a su Salvador y en un segundo Dios escudriñó en lo más hondo de su corazón y lo apartó para salvarle. ¡Ese es nuestro Dios! ¡Hasta el próximo martes Dios mediante.