#opinión: ES UN TSUNAMI por: Ramón Guillermo Aveledo

De las veinte y dos que componen el municipio Libertador, Santa Rosalía es una parroquia extensa y diversa. Abarcan zonas que el imaginario urbano no asocia con una sola circunscripción. Al Norte, su casco más viejo toca la Avenida Lecuna, pero Puente Hierro al lado de El Paraiso y El Cementerio, concentración comercial y popular, también son Santa Rosalía. Por esos lados hay una parroquia católica La Milagrosa, entiendo que también regentada por los Padres Paúles como la nuestra. Del mismo sector es el muy concurrido templo evangélico del respetado Reverendo Olson, nacido en nuestra ciudad hijo de un misionero norteamericano. Hay de todo, comercio, barrios populares, clase media empobrecida. Como queda en medio de muchas cosas, es también lugar de paso, hacia el Centro, hacia el Sur, hacia el Oeste. En 2006, el actual Presidente ganó con el 63.41%. En las parlamentarias de 2010, la parroquia empezó el viaje de regreso de la ilusión. La lista de diputados del PSUV-PCV ganó, pero con 48.57%, mientras la de la Unidad reunió 47.80%. Casi mitad y mitad. Un empate. A juzgar por lo que vi el pasado domingo 19 de agosto, Henrique Capriles Radonski apunta a ganar las elecciones en Santa Rosalía.
El candidato presidencial que quiere unir a los venezolanos anda recorriendo el país. El viernes 17 llegué a Barinas, tierra natal del actual mandatario, y todavía se sentían los movimientos de sismología política ocasionados por su visita del martes a Barrancas y a la capital. La región ha sido un coto de desgobierno familiar. Fue lo mismo que experimenté cuando días atrás, en nuestro vecino y querido Yaracuy, sentí la misma onda que había dejado su presencia en Urachiche, Nirgua, Albarico, Sabana Larga y Cumaripa.
El domingo lo acompañé, en medio de un gentío y banderas multicolores, por Los Sin Techo, El Prado de María, Gran Colombia, 1 de Mayo y Las Cruces, para terminar en La Bandera, cerca del terminal. Son las inmediaciones de El Cementerio, una de las áreas emblemáticas de esa parroquia capitalina. Impresionante podría ser la palabra adecuada para definirlo.
La alegría de los vecinos al recibirlo, la seriedad con que los voceros de los consejos comunales le presentaban planteamientos, el cariño con que le regalaban imágenes religiosas y hasta una torta que el CNE habría prohibido porque la decoraron con la bandera, la esperanza escrita en papelitos. Todo mostraba una realidad emergente: nace un nuevo liderazgo. El pueblo quiere ver, tocar, sentir la confianza. El pueblo quiere vivir y progresar en paz. Y tiene derecho.
Pero lo de Santa Rosalía fue muy parecido a lo ocurrido exactamente una semana antes en Caricuao e igualito a lo de la anterior en Catia. La gente pierde el miedo, porque la alegría es más fuerte y la esperanza es más potente que la inhibición.
Salen de sus casas. Se asoman a la ventana de los apartamentos. Esperan a la puerta de los negocios. Saludan con efusividad.
Después de dos intentos de saboteo violento con fines de comunicación e intimidación, Capriles anda por los barrios caraqueños como Pedro por su casa. La razón es que cuando pasó, ya había llegado antes. El motivo es que la gente se cansa de lo mismo y quiere algo diferente.
Vi muchos afiches y banderas de Capriles en las viviendas. También propaganda del actual presidente. Pero más importante, por su significación, es que con toda normalidad, había casas donde convivían los afiches de uno y otro, y cada miembro de la familia expresaba con alegría su preferencia. El mensaje del rencor ha fracasado. En eso, ya hemos triunfado.
Mi esposa dice que lo que está ocurriendo, y se manifestará con toda la fuerza el venidero siete de octubre, es un verdadero tsunami político. Siento que tiene razón.
Hoy salgo por siete días al Sur del continente. Voy a explicar cómo va la elección venezolana y a informar acerca de la política exterior del gobierno de Capriles. Por eso no escribiré la semana que viene.