Las penurias que deben pasar los familiares de los presos son muchas. Sus vidas transcurren entre oraciones a Dios, la Virgen o cualquier otra fuerza superior y el tormento de saber que cada momento que pasa su allegado corre peligro de muerte.
El drama se repite en los 33 penales que hay en el país. Cada día al menos una cárcel del país está en conflicto y las cifras de muertos que llevan las ONGs dedicadas al tema como El Observatorio Venezolano de Prisiones o Una Ventana Abierta a la Libertad que hablan de 557 en los últimos 12 meses, revelan que diariamente muere al menos una persona dentro de las cárceles.
Endrina Camacho es una de esas mujeres que en la noche no duerme porque tiene a su hijo esperando por que le dicten condena. Ella dice que lo detuvieron hace dos años por posesión de drogas. “Él duró dos meses en Uribana, desde que entró allí perdí el sueño. Todos en la casa duermen tranquilos, pero yo me desvelo pensando que a mi hijo algo malo le puedan hacer”.
La mujer comenta que su mejor compañero es una camándula que siempre lleva en sus manos, para rezar una y otra vez el rosario durante las noches de insomnio. Recuerda que su martirio se agudizó cuando a los dos meses de estar el muchacho en Uribana se lo trasladaron al Centro Penitenciario de Occidente, mejor conocido como cárcel de Santa Ana, en el estado Táchira.
“Ese día no dormí, porque a los guaros los matan cuando llegan a otro penal, porque saben que Uribana es muy violenta y los pranes temen que éstos vayan a atentar contra su gobierno, por eso siempre están alerta para matarlos”.
Para Endrina, el traslado de su hijo no sólo se convirtió en un calvario por el temor de que pudieran matarlo, sino porque desde ese momento tuvo que viajar cada 15 días a Táchira para visitarlo.
“En ese penal he estado secuestrada en dos ocasiones. Es una tensión porque los presos se ponen nerviosos (mal humor) cuando las autoridades no les cumplen sus exigencias. Las dos veces que yo he vivido un secuestro, ellos han estado protestando por el retardo procesal”.
“Estuvimos hacinadas unas 400 personas en un solo ambiente. Los mayores o enfermos tenían derecho a sentarse, pero los demás debíamos estar parados porque no había espacio. Fueron tres días en ese infierno y no había esperanza de salir”.
“Recuerdo que el día que inició todo, hubo muchos disparos y la gente entró en pánico, nos tiramos al suelo, unos caímos encima de otros, temíamos que alguno de esos disparos nos impactaran, pero mi mayor temor es que mataran a mi hijo. En el último que estuve en días pasados me robaron el celular”, agrega la mujer de piel morena, con cabello teñido, facciones de cara perfiladas, vestida con unas licras amarillas, franela verde y zapatos deportivos mientras espera en las afueras de Uribana a que llegue su muchacho de Santa Ana, luego que los internos exigieran que trasladaran a todos los presos que están en los diferentes penales del país, como condición para liberar a unas 500 personas que fueron secuestradas el pasado domingo.
Endrina se muestra optimista, cree que el traslado de su hijo es un hecho positivo, porque ahora será más fácil trasladarlo a los tribunales, pues su caso está radicado en Lara.
“La intervención de El Rodeo fue lo peor”
Más de 30 días de angustia vivió Mireya Ramírez, quien tiene un hijo en la cárcel de El Rodeo, ubicada a pocos kilómetros de Guatire, en el estado Miranda. Ella dice que primero sufrió un susto grande el 13 de junio de 2011, cuando hubo una reyerta en el penal que acabó con la vida de 22 personas y luego con la intervención de la cárcel por parte de la guardia que generó diferentes enfrentamientos y se prolongó por casi un mes.
“Esa madrugada lo estuve llamando, porque presentía que algo malo le podía pasar. Él me había dicho que por esos días los diversos gobiernos se iban a reunir y yo sabía que de haber un punto de discordia se podía formar un enfrentamiento y encerrados en un mismo ambiente era muy difícil que alguno pudiera sobrevivir porque tenían muchas armas, la mayoría de alto calibre.
Mireya recuerda que ese día al ver las noticias se vistió y salió de su casa en Los Frailes de Catia y a la 1:00 de la tarde estaba llegando a El Rodeo. “Cuando llegué allá se escuchaban muchos disparos. Era horrible. Llamaba y llamaba; quería saber si mi hijo estaba bien y su teléfono estaba apagado. Me desesperé”.
Pero el resto de los familiares vivía el mismo drama, todos querían saber de sus allegados y nadie se podía comunicar. “Las ráfagas de tiros que constantemente se escuchaban aumentaban el nerviosismo. Teníamos que tirarnos al suelo y esperar a que ninguno de esos disparos nos fuera a impactar. Esa adrenalina nos aceleraba y vivíamos en constantes discusiones y enfrentamientos con los guardias, muchas de las mujeres fueron golpeadas, y unas diez mujeres sufrieron lesiones en las piernas y en el rostro. Eso nos indignó y nos unió como grupo, luego de varios días nos volvimos una familia”.
Disimular el dolor no era fácil, pero recuerda que siempre trataba de estar sonriente y de animar a sus compañeras. “Yo siempre tenía una palabra de aliento para ellas, pero cuando llegaba la noche que me acostaba en una colchoneta en la calle y me arropaba comenzaba a pensar en mi hijo y no paraba de llorar”.
Después de 48 horas marcando el número de su hijo, por fin le respondió y supo que estaba vivo. Las lágrimas que esta vez rodaban por sus mejillas eran de alegría, pero sentía pena por muchas de sus compañeras a quienes les mataron a sus familiares.
La tortura de Mireya se prolongó un mes más mientras duró la intervención de El Rodeo, pero después su hijo fue trasladado a Puente Ayala, en Barcelona, a donde Mireya debe viajar varias veces al mes para verlo. “No es fácil, allá peligran más. A los presos de El Rodeo los tienen entre ceja y ceja, y casi nunca lo trasladan para los tribunales porque es muy lejos, es una injusticia”, comenta la mujer, quien cada día le pide Dios “que trasladen a mi hijo a una cárcel caraqueña nuevamente, porque sé que aquí estará mejor y será más fácil para visitarlo y llevarlo a los tribunales porque su caso está en el área metropolitana de Caracas. Estoy segura que estando aquí su juicio se procesará más rápido”.
Fotos: Archivo