Cristóbal Colón, mientras apuntaba en su Diario, el vuelo de las gaviotas que anunciaban la cercanía de la tierra firme de un continente hasta entonces desconocido, con culturas más antiguas y desarrolladas que por ejemplo, la representada por las tres carabelas y las sucesivas naves que vendrían luego en plan de conquista definitiva, don Cristóbal, repito, estaba lejos de imaginar que cinco siglos después el representante del catolicismo, del poder divino en la tierra, llamado por todos Francisco a secas, pediría disculpas a los descendientes de las culturas indígenas, por tanto atropello, pólvora, caballo desbocado, arcabuces, lanzas, empalamientos, violaciones y horcas aplicadas en nombre de Dios, a los infieles de cuya condición de seres humanos y portadores de alma, se dudó bastante tiempo en los conciábulos religiosos.
Qué nos íbamos a imaginar quienes no creemos en la fe embozalada sino cuestionadora, que las transformaciones en el seno del catolicismo pasarían de la periferia de sus militantes religiosos, especialmente de los portadores de la Teología de la Liberación, a los obispos que como Romero en el Salvador, pasaron del conservadurismo más acendrado a ser voceros de los pobres, de los indígenas y de los perseguidos por propiciar cambios y soñar igualdades. Mucho menos, que un Papa, sería latinoamericano, jesuita por demás, descendiente de inmigrantes y cercano a las barriadas más necesitadas de su país, crítico de las derechas e izquierdas; de las militancias ortodoxas; del populismo de unos y otros; del manejo improvisado de las economías y de la irresponsabilidad de los políticos gobernantes u opositores…
Quién iba a imaginarse que Roma empezaría a dejar de ser el emblema de los tesoros más grandes, bancos poderosos, boato y esplendor renacentista, privilegios inimaginables en quienes son herederos de las prédicas del hijo del carpintero, cuyo mérito más importante para quien esto escribe y mira las cosas un milenio después, es quizás el haber planteado por primera vez en la historia religiosa de la humanidad, el amor al prójimo, considerado como un hermano, como un igual ante los ojos divinos, sin distinción de sexo, clase u origen social. Asunto que luego fue escamoteado y pervertido, al punto que decir Papa era recordar que a lo largo de los siglos, se dieron impensables conductas escandalosas, amor por la riqueza, persecutorias de todo pensamiento cuestionador e incluso silencios ante la pedofilia que en algunos casos se ejerció dada su impunidad, de manera sistemática. O de colaboraciones terribles como el de Pio XII en pleno siglo XX.
Actitud que ha generado un liderazgo representativo de los que no tienen voz y de los que teniéndola se callan por censura o autocensura; de los pobres y de los que no siéndolo, creen en la justicia social, asunto distinto a la noción de caridad cristiana, que sirvió de tapaboca, dádiva que calma la conciencia, recurso de señorones que van a la iglesia y se dan golpes de pecho para no oír de leyes humanas ni divinas que pueden alcanzarles. Francisco ha dicho aquí y allá y acullá, que deben reclamar sus derechos; que debe sustituirse la lógica del poder por la de “acoger, cuidar y recibir al prójimo”, asunto que pareciera ser una decisión muy personal, pero que vista y oída en el contexto de su visita a Ecuador, Bolivia y Paraguay adquiere dimensiones políticas, por cuanto apela a la obligación del Estado y de los gobernantes, a responsabilizarse de sus deberes para con todos, especialmente de las grandes masas empobrecidas, herederas de los llamados pueblos originarios, a quienes Francisco pidió perdón en Ecuador, no sólo por las ofensas de la Iglesia sino por los crímenes realizados a dichos pueblos.
Recordó a todos, tanto a corruptos como a quienes los protegen eligiéndolos, al aceptar la corrupción como parte del ejercicio político, puesto que si un pueblo quiere mantener su dignidad, tiene que desterrarla. Quizás estamos frente a un liderazgo necesario en un contexto mundial de confrontaciones e intolerancias religiosas, económicas y políticas. Quizás también, parte de la solicitud del perdón colectivo, incluye una afirmación de América Latina desde otra perspectiva. Desde la que contempla la justicia social acompañada a la espiritualidad y respeto a la diversidad. Asunto impensable cinco siglos atrás.