La dignidad no tiene precio

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El viejo y el mar, narra la aventura de un pobre y viejo pescador cubano que sale en su bote y da caza a un pez gigante en medio de una lucha solitaria que es un triunfo y una derrota, y es también la mayor prueba a la que puede someterse un hombre de su oficio y entereza. Esa línea heroica, visible en la pura acción de los hechos narrados, en la austera grandeza con que el hombre en su lucha enfrenta los elementos naturales, en su resolución estoica de llevar a cabo hasta el final la misión que se le ha impuesto aunque en ella le vaya la vida, se detecta el espíritu homérico que anima la obra. Y, aunque Ernest Hemingway se apoye, en nuestro beneficio, en indiscutibles datos de la realidad observada con cuidadosa exactitud, el género de la narración es tan fabuloso como el de las mejores leyendas, en las que siempre el valor de un hombre confronta la desmesura de un destino que lo sobrepasa. Semejante cualidad de captación está viva en las reflexiones con las que el pescador se acompaña mientras trata de soportar el esfuerzo de mantener a raya a su pez gigante, adquiere por momentos la claridad de un enunciado moral sin retornos. El pescador se dice a sí mismo hablando en voz alta que el hombre no ha sido hecho para la derrota: “Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. O bien: “Es idiota no abrigar esperanzas. Además creo que es un pecado no abrigarlas”.

Siempre que leo al escritor Erenest Hemingway tengo la sensación de enfrentar una experiencia semejante a las que nos permite sentir la lectura de las grandes obras literarias: primero nos envuelve y arrastra la belleza de las palabras y después nos llega el sentido del entendimiento. Cabe destacar, que el estilo de Hemingway es directo, los personajes de sus obras suelen ser criaturas perseverantes. Es el caso de Santiago, protagonista del viejo y el mar, que lucha contra las fuerzas que se oponen a su realización vital

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En una carta dirigida a su editor, Charles Scribner, fechada en Finca Vigía, su casa de Cuba, el 5 de octubre de 1951, Hemingway define la escritura de El viejo y el mar en los siguientes términos: “Esta es la prosa en la que he venido trabajando toda mi vida con el objeto de que sea leída fácil y simplemente, y con el propósito que parezca breve y que sin embargo contenga todas las dimensiones del mundo visible y todas las dimensiones del mundo espiritual de un hombre. Y así lo hice, de la mejor manera que pude”. Es preciso decir, que es un relato de ciento cincuenta y tantas páginas en estilo narrativo de inmaculada sencillez y fácil lectura.

Hemingway escribió El viejo y el mar en Cuba a lo largo de seis laboriosos meses que ocuparon la última parte de 1950 y la primera de 1951, cuando el mismo salía de pesca con los hombres de la zona y era, ya, a los cincuenta años de edad una leyenda viva de las letras norteamericanas tanto en su país como en el mundo entero. Leerlo en estos días, a más de medio siglo de distancia, es como aspirar una bocanada de aire fresco en medio del bochorno, porque en tiempos mayormente cínicos, de solapada crueldad y blandos idealismos bolivarianos, donde la voluntad de un hombre es suprema ley, El viejo y el mar nos recuerda que la dignidad no tiene precio.

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