Es prueba difícil para toda vocación democrática comprobar lo fácil que es engañar a cualquier masa ignorante y desesperada con medias verdades y triquiñuelas políticas.
Ver griegos sudorosos celebrando el triunfo del NO evoca la vieja descripción del último alborozo de enfermos terminales de tuberculosis, justo antes de morir: Alegría de tísico, decían los antiguos caraqueños.
Hoy Grecia es insolente gargajo a las caras de Sócrates, Platón, Aristóteles y de cuantos allá crearon la ideal democracia de élites cívicas que nació en los mismos sitios que ahora ocupa el indigno rifirrafe de la Plaza Sintagma.
Las consecuencias del irresponsable NO las sentirá -más pronto que tarde- la misma masa ahora que hoy celebra, y con mayor crueldad los más necesitados y desorientados. Ante semejante desmadre los más vivos, prudentes y pudientes amarran sus bártulos, llevando sus éxitos para otro lado; o se retraen a las puertas de sus tiendas a ver pasar el cadáver del enemigo. La mentira no merece solidaridad de nadie.
Aristóteles acuñó la palabra demagogia para describir las formas degeneradas y corruptas de democracia que hoy imperan en varios países, siempre impuestas por audaces aduladores de la chusma, desde Mussolini hasta Tsipras.
Cual medievales flautistas de Hamelin, su música es siempre una versión deformada de la historia y de la realidad: Lo que los argentinos llaman «el relato»; los cubanos «teque-teque»; y que por estos lados viene siendo esa «coba» resentida e ignorante con que todo demagogo pretende justificar barbaridades y dislates.
Risibles resultan las expresiones de apoyo que Tsipras viene recibiendo desde otros barcos que se hunden. Más bien debe servir el caso griego de vacuna para países como España, donde muchos son tentados por los espejismos que ofrecen Pablo Iglesias y comparsa.
Esa coba de los demagogos siempre tiene patas cortas, aunque se le estira la vida si viene apoyada por un chorro petrolero en apariencia inagotable, que genera sucesivas alegrías de tísico.
Cuando comienza a fallar el suministro de pan y circos, la coba se vuelve cada día más insoportable, delirante e irracional, al tiempo que tira desesperados zarpazos que profundizan el caos y la confusión.
Al romperse el encanto la resaca es siempre penosa y -como antes decían- hay veces que la letra solo con sangre entra. Por eso quiera Dios que Venezuela logre evadir la parte más cruenta del desenlace, y que el próximo 6 de diciembre brinde al mundo una original transición cívica a lo que de otro modo podría ser la propia tragedia griega.