Ya nos acostumbramos a ver diariamente asesinatos, robos, huelgas, protestas. Ya nos acostumbramos a las faltas temporales de electricidad, agua, gas, recolección de basura, limpieza de las vías públicas y demás servicios básicos de la sociedad. Ya nos acostumbramos a ver impunidad ante situaciones de corrupción, abusos y violaciones de nuestra Constitución Nacional.
Ya nos acostumbramos a la invasión cubana dentro de la Patria, disgregada en ministerios y demás dependencias con poder de opinión y recomendación.
Ya nos acostumbramos a comer lo que se consiga sin importarnos la ausencia de aceite, leche en polvo, margarina, carne, azúcar, pollo, gallina, harinas… y si se consiguen están a precios prohibitivos. A vivir con la inflación más alta del continente y una de las más alta del planeta.
Ya nos acostumbramos a estar en manos de cubanos en centros de salud y otras dependencias bajo su control y morir callados ante su autoridad. Nos acostumbramos a las colas para poder comprar, si se puede, los alimentos necesarios, o sea, volvimos a resignarnos.
La costumbre es una forma inicial del Derecho consuetudinario que consiste en la repetición constante de un acto que con el paso del tiempo se vuelve obligatoria y por necesidad, con sentimiento colectivo y apoyo del poder político, llega a convertirse en ley.
Según el artículo uno del código civil, ley es un acto o serie de actos que por encontrarse normados por el derecho positivo estamos obligados a cumplir.
Lo que está ocurriendo es una tragedia. Una inmensa cantidad de venezolanos, más de la mitad, o hacen cola o no comen.
Por lo tanto, la cola, lejos de ser resignación, costumbre, o hábito, es una forma de sobrevivencia resultado de la crisis económica. No depende de las voluntades individuales de las familias, sino del resultado de las políticas del gobierno.
La percepción que puede tener la población es, hago la cola o no consigo el producto, sin derecho a protestar porque la represión está firme vestida de verde y los defensores del sistema prestos a darle una puñalada a cualquier cristiano que defienda su puesto en el bullicio o levante su voz de protesta. El Estado nos ha ganado entonces esta nueva guerra contra la desesperación.
Cada uno vive en un pequeño mundo sumergido en sus conflictos y preocupaciones y dedica muy poco tiempo a percibir lo que necesitan los otros. Cuando el nivel de conciencia es bajo, los gestos de amor son escasos.
Alí Primera fue muy claro en su expresión: “Es mejor perder el habla que temer hablar”. Qué lejos quedamos del sentimiento del poeta cuando también dijo en su bello canto:»Jala» que el pueblo es cuero seco, si lo pisan por un lado por el otro se levanta, por algo tiene la piel florecida de esperanza”. Sólo nos queda la piel.
¡Bendito sea Dios!