Todo régimen montado sobre el culto a una personalidad y el reparto de dádivas y prebendas tiene pies de barro y días contados.
El tipo de población susceptible a semejante servilismo en general no piensa más allá de sus necesidades inmediatas; y es más difícil que cuadrar un círculo trasladar sus afectos a otra persona cuando desaparece el caudillo – y menos a un sistema colectivo e impersonal.
Si el vacío de liderazgo se trata de llenar a punta de plata y ésta se agota sobreviene una fuerte crisis; y si al mismo tiempo la sociedad está hundida en profunda corrosión moral pronto sobreviene la anarquía – que históricamente atrae fuerzas de cualquier calaña.
Es quizás por eso que la comunidad internacional – la derecha y la izquierda responsable – recordando la degradación de Panamá cuando Manuel Antonio Noriega reemplazó a Torrijos – hace esfuerzos desesperados por evitar que ese ejemplo se repita en cualquier otra latitud. Si una situación análoga surgiese en otro país más grande e inmanejable generaría una catástrofe de dimensiones incalculables.
La preocupación internacional crece si con profundo cinismo político y «judicial» un régimen se quita la máscara exigiendo debida y constitucional presunción de inocencia para cualquier alto personero – y a la vez se la niega a todos los presos de la oposición. Acciones de ese corte pulverizan la credibilidad internacional de toda autoridad que las incurre.
Si a ello se suma una crisis económica que se agiganta a velocidad exponencial, con perspectivas de hecatombe humanitaria, se justifica una alarma global por obtener vías institucionales para lograr una salida democrática y políticamente tolerable para una dirigencia tan desgastada – siempre que ésta sea racional.
Cualquier gobierno normal en semejantes condiciones buscaría salidas honorables a su predicamento a fin de luego poder volver a concursar democráticamente en el futuro, y no desaparecer como los repugnantes regímenes totalitarios del siglo XX.
Pero lamentablemente no siempre ocurre así. Hay gestiones tan inmersas en un marasmo de corrupción que apenas reaccionan como bestias acorraladas dando zarpazos, a veces con artera intención provocadora – buscando alguna crisis que «justifique» lo intolerable, una mayor represión a todo vestigio de libertad y decencia.
Una sociedad que entra en semejante encrucijada debe recordar siempre la consigna de Napoleón: «Nunca interrumpas a tu enemigo mientras se está equivocando». En tiempos de profunda crisis, mucho cuidado con las conchas de mango. Del apuro apenas queda el cansancio.