70 años del fin de la II Guerra Mundial

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“Según escribo estas líneas, seres humanos sumamente civilizados me sobrevuelan intentando matarme. No sienten ninguna enemistad personal hacia mí, ni yo hacia ellos”. George Orwell (1903-1950) escribió sobre este hecho en el contexto del conflicto bélico y la tragedia humana global que fue la II Guerra Mundial y sus más de 70 millones de víctimas. ¿Cómo pudo ocurrir algo así?

La muy civilizada Europa, la cuna de la modernidad, la casa de Beethoven, Darwin y Picasso, no tuvo reparos en destrozarse a sí misma en nombre del ideal nacional aderezado por esos mismos intereses mezquinos que enceguece a la razón y al sentido común. Al sacrificio humano se llevó a millones de inocentes a cambio de mercados, materias primas, conquistas territoriales, y básicamente, para satisfacer el “orgullo nacional”, es decir, respirar el aire de una gran potencia.

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Una Alemania postergada, humillada y derrotada luego de su desliz en la I Guerra Mundial (1914-1918), encontró en Hitler, un oscuro y mediocre personaje lleno de carencias afectivas de todo tipo, el adalid de la venganza. El odio y el rencor como llaves de la historia, como mecanismo profundo que moviliza las más bajas pasiones humanas. Desatada la revancha, el conflicto y el olor de la sangre por doquier, se hizo indetenible, corroborando las dudas de Dios sobre un proyecto humano evidentemente fallido.

La más grande lección que la humanidad tuvo que haber sacado de esa lacerante conflagración es que la guerra es una completa inutilidad (Igino Giordani). Y que la restauración de los Derechos Humanos y la Democracia que resguardan la dignidad e integridad de las personas no pueden quedarse sólo a nivel de los enunciados. Es responsabilidad de los Estados haber aprendido del horror y nunca más olvidar. Recuperar los recuerdos pero que no discriminen entre los verdugos y las víctimas, que a la hora de la verdad, y más frecuente de lo que uno cree, se intercambian entre sí.
En la Historia, como en casi todo, el ganador se lo lleva todo y aniquila el relato del vencido. No todos los alemanes fueron partidarios del nazismo, no todos los militares de la Wehrmacht convalidaron las órdenes injustas que les ponían en una encrucijada respecto a la conciencia y el deber nacional. La mitología del alemán malo y el americano bueno hoy está en revisión.
No sólo los soldados soviéticos, auténticas hordas de la estepa y la tundra, violaron masivamente a las mujeres alemanas que se encontraron en su camino hasta Berlín, los soldados estadounidenses hicieron otro tanto en el frente occidental. 190.000 violaciones es la cifra que revela la historiadora Miriam Gebhardt en el libro: Cuando llegaron los soldados. Los románticos liberadores que las películas de Hollywood han explotado hasta la saciedad hoy deberían esconderse de la vergüenza.

Si hay algo que hemos aprendido del oficio del historiador es que la memoria es un recuerdo interesado y tendencioso, básicamente una ficción. Y que las guerras y sus secuelas de horror y sufrimiento no las debemos glorificar.

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