Cargan los políticos con una etiqueta, que sólo sus acciones una vez alcanzan algún cargo público se encargan de desmentir: la de mentirosos. Las promesas, declaraciones de deseos, proyectos o respuestas ante las necesidades de elector, albergan siempre, algunos gramos de mentira disimulados quizá con buenos deseos o estupenda oratoria, que el fragor de una campaña electoral se encargan de evaporar. El problema es cuando la mentira, deja de ser ocasional recurso electoral, o eventual manifestación de alguna cínica incapacidad, para convertirse en un proyecto político, en un ejercicio cotidiano, o en el desesperado refugio de quien no quiere abandonar jamás el poder.
Si se hiciera una nueva versión cinematográfica de Pinocho, con el célebre personaje vestido de rojo y boina, aquel embrujo de ver su nariz crecer con cada mentira, harían de seguro que ésta diera varias vueltas a la tierra, o alcanzara fácil el suelo lunar. Acorralado por el fracaso rotundo de los controles, regulaciones, expropiaciones y obsesión colectivista y comunista de destruir a la empresa privada, persiste el presidente Maduro en hablar de ese monumento a la estupidezcomo es la “guerra económica”, o de saboteo, o de golpe económico, con lo cual, revela una inusitada y casi infinita capacidad para mentir. Quien no es capaz de reconocer la gravedad de la situación económica, del despilfarro, la corrupción, y la impunidad tejida en torno a la élite boliburguesa y militar que hoy gobierna el país, y pretende seguir llevando a Venezuela al abismo de la inestabilidad, la hiperinflación o un desabastecimiento aún mayor, desde hace rato ha perdido su legitimidad, una ética mínima, una decencia deseable, o algún atisbo de sensatez y cordura para seguir en el ejercicio del poder.
Ha declarado el presidente Maduro: “Oposición está vinculada con bandas criminales”. (El Impulso, 18-5-15). Y entonces el poder político, el poder del Estado se convierte así en un instrumento ya no de gobierno, ya no en un espacio de conciliación, representatividad y reconocimiento del otro, sino en un primitivo mecanismo de destrucción moral, de guillotina totalitaria a toda aquella manifestación de disidencia o crítica que aspire, como en otras sociedades, a llegar al poder para lograr un cambio político por la vía democrática.
La mitomanía como compulsión oficial, es así coherente con la pretensión de asfixiar los pulmones de la crítica, el ejercicio de la denuncia, el pensamiento diverso y el señalamiento de los desaciertos y fallas de la gestión gubernamental, que en este caso, son ya estructurales. Se niegan divisas, papel, publicidad, a medios independientes como El Nacional, EL IMPULSO o El Carabobeño. Se persigue a expertos, profesionales, líderes gremiales, estudiantiles o vecinales que denuncian situaciones graves o deficiencias en servicios públicos o parálisis productiva o económica. Y la única respuesta posible de esta “revolución” es la represión, la persecución, la cárcel o la destrucción moral.
Abundan los fracasos. Sobran los adjetivos. Pero uno calza lamentablemente muy bien. La revolución mitómana.
@alexeiguerra