Será muy difícil que Venezuela logre recuperar en corto tiempo los activos que ha perdido a consecuencia de los muchos errores que se han cometido en los últimos años. No hay que ser ningún analista político para entender el problema: sólo basta darse una vuelta por el extranjero y escuchar a los que un día decidieron buscar una alternativa para sus vidas cuando entendieron y comprobaron cuales eran las motivaciones de los que lideraron la llamada revolución bolivariana. Solamente en los Estados Unidos se ha podido contabilizar una población de compatriotas que ya alcanza una cifra que se estima entre 300.000 y 500.000, la mayoría exiliados involuntarios, que no han querido vivir bajo el socialismo del siglo XXI, un sistema político calcado de Cuba y que ha resultado un verdadero fracaso social, económico y político. Hemos conversado con muchos de esos emigrados y las historias de cada una de ellas tienen un lugar común: no están interesados en regresar a Venezuela mientras no exista un verdadero clima de paz y sosiego que les permita vivir con seguridad y oportunidades de forjarse un futuro para el núcleo familiar. No es mentira que muchos de los exiliados han podido subsistir en este país de acogida, gracias a la preparación académica que han traído como equipaje y la cual les ha permitido ingresar a buenas empresas que han necesitado de ese talento, pero otros deben enfrentar las adversidades que comienzan con no hablar el idioma y carecer de suficientes credenciales profesionales para acceder a un trabajo digno. Estos últimos son la mayoría, que se conforman con decir que al menos están vivos y no son futuras víctimas de una violencia desbordada que ha cobrado miles de vidas en Venezuela. Cuando les pregunto a varios de ellos si están dispuestos a regresar al país les cuesta un poco responder: Quizás por mi familia lo haría, dicen, sin estar muy convencidos de la decisión que podrían tomar en el futuro.
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WASHINGTON: Teníamos tiempo que no visitábamos a la capital de los Estados Unidos y de nuevo la encontramos fascinante para cualquier desprevenido. A pesar de ser el epicentro de los poderes públicos, la ciudad no es un caos, como pudiera pensarse, ni tiene, como Nueva York el ritmo trepidante que caracteriza a la Gran Manzana. Diría que es mucho tranquila y diferente a otras capitales a pesar del siempre insoportable tráfico de vehículos. Afortunadamente la movilidad ha sido muy bien planificada en todos los sentidos y amortigua bastante el problema. Con escaso tiempo y con ganas de mirarlo todo nos fuimos hasta la famosa Casa Blanca donde vive y despacha el Presidente de los Estados Unidos. Contrariamente a lo que podemos pensar los latinoamericanos, es una zona donde se puede transitar libremente sin acosos de la seguridad a cargo del Servicio Secreto, que se mueve muy discretamente para no importunar a los miles de turistas que llegan para conocer más de cerca a la White House. En los alrededores se levantan los enormes edificios que albergan la burocracia a su más alto nivel y los museos a los que hay tener en cuenta en la agenda del recorrido. Impresiona, por ejemplo, el edificio donde se conservan los archivos de la Nación que guardan celosamente la historia de este gran país, entre ellos el documento de la declaración de Independencia. A poca distancia los monumentos eregidos en honor a los caídos en las guerras, el enorme obelisco donde se tiene la mayor vista de Washington, la sede de la Organización de Estados Americanos, el grandioso Lincoln Memorial, el Capitolio, sede del Poder Legislativo al que le están construyendo su nueva cúpula. No hay problemas para acceder a esos lugares porque desde el centro se llega rápidamente a través del Metro. En el Washington Post uno de los periódicos más importantes del mundo, se hace referencia al problema que enfrentan los 22 editores venezolanos a quienes se les ha dictado una medida de prohibición de salida del país.
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Desde Nueva York hasta la capital estadounidense se consumen unas 4 horas con autopistas de cinco carriles, en su mayoría. No hay muchos accidentes de tránsito porque se sanciona severamente al conductor que exceda las 65 millas por hora, además prisión y prohibición de manejar hasta por 5 años si el infractor es sorprendido conduciendo en estado de ebriedad. Por cierto, quien sea declarado culpable de este delito no podrá viajar a Canadá por lo menos en cuatro años. Así son de fuertes estos castigos… FINAL: Ya de regreso al país solo queda agradecer a quienes hicieron posible este reconfortante viaje: mis hijos Nadiuska y Luis David, Ivón, la novia de Luis, a Steve Purwin, a Libia, Luis Arrioja, mis sobrinos y a los amigos, como Maevi Cordero, quien tuvo a su cargo la página web de nuestro diario, con quienes pudimos ver y compartir vivencias de ayer, de hoy y, por supuesto, de siempre. Y para esos fieles lectores que se divierten con las historias de mis viajes. Ojalá que muy pronto podamos reanudarlas desde cualquier lugar del planeta.
Saludos desde Washington