Madre hoy y siempre

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Una de las fuerzas más poderosas en el mundo es el amor de madre. Pasión que puede, literalmente, cambiar las cosas para bien. Niños amados con la certeza de que hay al menos una persona en el mundo que nunca les abandonará, recordando en Mateo 8:5-13 la madre que logró la salvación de su hija. Se abrió paso a todos los impedimentos que Jesús mismo le puso. “No soy digna, ten misericordia de mi”. Le llama y le reconoce como el rey y le trata como tal con reverencia.

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Aparece como una madre que sufre por la aflicción de tener una hija poseída por un demonio. Le pide misericordia porque estaba atormentada y apenada por el problema de su hija. Ni siquiera la llevó.

El señor había estado muy ocupado ministrando a la gente y haciendo milagros. Quiso apartarse e ir al otro lado del mar de Galilea, subió a un monte, después fue a Genesaret y otra multitud le siguió. Se encontraba cansado y quería apartarse a un lugar tranquilo con sus apóstoles. Por eso fue a la región de Tiro y Sidón, dejando la tierra de Israel para ir a la de gentiles. No quería que nadie supiese que estaba allí. Sin embargo la gente de Tiro y Sidón había oído de Él y muchos vinieron a que les sanara.

¡Señor, Hijo de David, dijo la mujer, ten compasión de mí! Mi hija sufre terriblemente por estar endemoniada.

“No fui enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”, contestó Jesús. La mujer se acercó y, arrodillándose, le suplicó: ¡Señor, ayúdame! Él le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros”’. “Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. “¡Mujer, qué grande es tu fe!”, contestó Jesús. “Que se cumpla lo que quieres.” Y desde ese momento quedó sana su hija.

Sin discusión aceptó esa orden. Primero los judíos, después los gentiles como ella. Por eso admitió que podía comer las migajas que caen de la mesa. No había pedido una barra entera de pan, sólo las migajas que caían al suelo.

George Washington, el gran líder de la revolución americana y primer Presidente de los Estados Unidos de América, conocido por su valentía, su liderazgo y su fe, en una oportunidad dijo: «Todo lo que soy se lo debo a mi madre».

El día de la madre es cualquiera de los 365 que integran cada año. Lo es cualquier día de la madre porque para cada mujer protagonista de tan grave ministerio lo son todos los días del año.

Por ello este artículo, sin saber si usted lo leerá antes, después, o el día de la madre, porque todos son válidos, aunque alguien lo institucionalizó el segundo domingo de mayo.

Por eso, el mejor regalo en colectivo es pensar en ellas en forma consciente.

No nos explicamos cómo todos los hijos negamos la justicia que ellas claman para regresar a sus casas viendo a sus hijos sanos y cuerdos, con fe grande y la voluntad de Dios: “Hágase contigo como quieras”.

¡Mamá!, la mejor palabra todo el año, no la mujer que nos dio la vida, sino la que da la vida por nosotros. Cuando Dios creó el amor, salieron las madres con la bandera.

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