Salir del país es toda una eventualidad.Nos dirigimos de Barquisimeto a Valencia al Aeropuerto Arturo Michelena… ¡El viaje! toda una fábula. Camino, carretera, mucho verde alrededor de la senda, mucha desolación. La autopista Cimarrón Andresote es una sabana de petróleo, un desierto inconstante.
Las tres horas de camino se hacen llevaderas con los chistes, cuentos, historias del conocido del amigo de un primo. En tanta desolación cincuenta metros de araguaney floreado y espumoso minimizan los desaires de un país en quiebra.
El Gobierno está en cada minuto del trayecto. Se refleja en cada cien metros que te intercepta un hoyo en el asfalto. En cada conversa de los presentes. En cada valla con rostros o personajes socialistas, en fin el Gobierno siempre termina siendo tu mejor acompañante, porque está donde menos lo esperas.
En pleno aeropuerto
En cualquier parte del mundo, el chequeo para abordar el avión puede ser solo un paso más, pero no para los venezolanos. Si el caso es un vuelo internacional cuatro horas como mínimo son justas y necesarias para toda la odisea que es viajar desde Venezuela.
Un aeropuerto pareciera ser el sitio más idóneo, no para leer sino para escuchar una especie de prensa alternativa. Entre las cientos de personas con que se convive en una sala o cola de chequeo, son inimaginables las noticias, cuentos y presunciones que se escuchan entre las voces más cercanas. Algunos en chiste, otros en bromas pesadas o noticias de fuentes extraoficiales, son la manera de hacer las horas llevaderas. Entre las palabras y frases más olfateadas están: dólares, cupos, Dolartoday y todo un intercambio de ideas y comentarios sobre las divisas. Pareciera que el venezolano sufre de un virus cambiario. ¡Ahí! Sigue estando el Gobierno en un virus, en una marea económica con aguas revueltas.
Suspenso. Recelo. Miradas que van y vienen nunca faltan al paso de inmigración. ¡Qué maleta llevará alimento! ¡Qué maleta llevará un sobrepeso!
Como por ruleta del destino cualquier persona puede ser elegida para un chequeo antidrogas; pero siempre el más humilde, el más venezolano queda seleccionado. Solo un evento más, solo y simplemente el Gobierno asomándosete en el equipaje.
Al abordar
El avión. Es un parque de diversiones donde muchos se divierten con el vértigo, mientras otros sufren su agonía. El avión es una oficina más para muchos en las tantas planillas que hay que llenar. El avión podría ser un festín para el más humilde que logra viajar, con su merienda oportuna.
El simple hecho de elevarse y sentirse en el aire, es una conmoción sufrida para las personas, cada quien en su sentir.
Muchos lo digieren al sentir una libertad exterior. Muchos leen. Muchos duermen. Muchos se relajan y muchos se sujetan a un rosario para apaciguar los miedos de las alturas. ¡Ahí! Pareciera no existir el Gobierno, pero probamente es solo un lapso precario de su presencia.
Aruba se vive desde su llegada
Un aire distinto, un trato distinto, un recelo de seguridad tan distinto que por momentos se piensa en un paraíso terrenal. Diversidad de razas, idiomas y costumbres se distinguen en cada esquina. Aruba es el punto de encuentro favorito de los venezolanos. Un caraqueño, un valenciano, un costeño, un guaro y un maracucho son reconocibles en cualquier supermercado. La necesidad es la tripulante de los vuelos de Venezuela-Aruba.
Salir de compras a un supermercado en Aruba es un suceso digno de vivir. Cada pasillo posee cientos de productos que estimulan el pensamiento, la vista y la añoranza de lo que una vez tuvimos. Una de las frases más celebradas en Venezuela hoy día, es “éramos felices y no lo sabíamos” y sin duda alguna en la realidad más evidente que se vive en el exterior. El Gobierno se te metió en la maleta de viaje (el cajero de la tienda, el conductor del autobús, el recepcionista del hotel, pues hasta el sacerdote de la iglesia te pregunta qué pasa con Venezuela; qué pasa con el Gobierno)
Cada pasillo en un tour doméstico: Aceite, harina, margarina, atunes, enlatados en toda su gama, pañales, jabón, desinfectantes, aromatizadores, champú; toda una remembranza palpable. El Gobierno se burla en tu cara en los anaqueles del extranjero.
De turismo
Las playas arubeñas son una magia. Claro está que Venezuela es cimiento de las más hermosas y alucinantes costas que pueden existir; el caso es el tratado que se le dé al medio ambiente, al turista y el propio ciudadano. La decencia, respeto y valoración al ser humano logra una magia intangible en la percepción del lugar.
Un kilómetro aproximadamente de comercio, muestra: ropajes, adornos, bisutería, artesanía local, e incontables fachadas de tiendas con memorables letreros “se raspacupo”, pareciera que la isla espera por nosotros.
Sufrida realidad
José Pérez de 42 años, venezolano-zuliano, casado con dos hijos. Enfermero de un hospital de Maracaibo, aprovecha la ocasión de sus vacaciones laborales y emprende su viaje a la isla de Aruba mediante sus cupos Cencoex. Sabe muy bien que la idea es conocer, disfrutar lo que se pueda, pero más allá buscar posibilidades.
Su maleta muy adentro lo dice todo. 36 pares de sandalias de niñas y 10 botellas de licor. No es un alcohólico, solo un aprovechador de oportunidades con dones de comerciante que buscará una segunda entrada de presupuesto y más si es pagado en dólares. Su bolso de mano no pesa aún lo habitual, solo lo satura 40 cajas de cigarros con destino a la isla. Más que enfermero es comerciante por excelencia. Tiene los contactos cuadrados, sabe donde llegar, donde vender, donde comer, donde raspar. Su boleto dice estadía de cuatro noches, pero su instinto lo hace pernotar en la isla más de 15 días. Consigue trabajo momentáneo para obtener un par más de dolarcitos que ayuden con la hipoteca, los préstamos, las deudas y la supervivencia al volver a su realidad. Trabaja para un todopoderoso en Aruba que tiene casas, apartamentos y vehículos que alquila respectivamente al turismo arubeño. Su mejor clientela, los venezolanos.
De regreso
Último día de la estancia en Aruba. Últimos suspiros de libertad. Últimos sentimientos de seguridad. El avión despega. El avión vuela. El avión da la merienda. El avión entrega planillas de inmigración y declaración de recursos utilizados. El avión aterriza…
Despierto del sueño. Comienza la cola para inmigración. La funcionaria nos da una cálida bienvenida a la realidad en tono de voz sobreexpuesto “hagan silencio y fórmense bien en la cola pues”. El país me da una cachetada de saludo. El Gobierno celebra mi regreso.
Solo espero que Aruba u otra latitud del mundo en algún momento me reciba nuevamente con los brazos abiertos.