Ante la situación que estamos sufriendo es común encontrar personas que manifiestan una desesperanza aguda, radical. Ellos sostienen que el país ya no tiene remedio y lo dicen recurriendo a muchos argumentos.
Por ejemplo, afirman que somos un país de ladrones, herederos de un español que no trabajaba y de indios y negros que por haber sido obligados a trabajara latigazos, desarrollaron un odio histórico al trabajo. Solo ven un país que vive guindado del gobierno, de gente que prefiere pasar trabajo antes que trabajar. Reclaman que somos un pueblo ignorante, que no aprendemos y mucho menos si se trata de aprender para trabajar.
Y siguen los argumentos: que por idiosincrasia nos fijamos en lo malo, que jamás reconocemos un buen ejemplo y mucho menos lo copiamos; que no tenemos memoria y por ello repetimos los mismos errores una y otra vez.Que somos gente que prefiere que un caudillo nos arree para ahorrarnos el esfuerzo de pensar y analizar lo que nos está proponiendo. Y, lo que es peor, que se trata de una maldición irremediable que llevamos en los genes.
En realidad, ninguno de esos argumentos es nuevo, forman parte de esa leyenda negra que nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia y que se contrapone a una visión igualmente nefasta por excesivamente optimista: aquella que afirma que en un dos por tres podemos construir un paraíso, sin hacer mayor esfuerzo.
El pesimista radicalsabeque urge un cambio y lo desea con vehemencia pero no le concede a nuestro país y a su gente la capacidad de lograrlo. Olvida que otros pueblos, considerados en su momento como bárbaros e irremediables, han terminado por construir países de alta calidad. De hecho, los modernísimos países nórdicos son herederos de los antiguos vikingos que vivían de la rapiña, asaltando las costas europeas y hoy están entre los países considerados como más honestos.
Los chilenos, tras los 3 años del desastre de Allende y los 16 años de represión política de Pinochet, llevaron a su país a estar entre los primeros de América latina. Lo lograron con políticas sociales y económicas sensatas yalejadas de aventurismos.
Los cambios siempre son lentos y requieren grandes dosis de paciencia. El ritmo de cambio histórico pocas veces va al ritmo de la vida de los hombres que lo desean y entonces desesperan al ver que el ansiado cambio no llega ni ven signos de que esté por llegar.
No nos angustiemos, más bien ayudemos a los que ya están trabajando por el cambio y, lo que es muy importante, no esperemos para hacerlo a que aparezcan los líderes perfectos porque esperando eso jamás saldremos del problema.
La desesperanza radical
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