Rodeado de hogueras que alumbran la noche, Shankar Pradhan se encontraba descalzo junto al río sagrado Bagmati en Katmandú, donde los muertos recuperados de entre las ruinas de la ciudad son traídos sin parar tras el terremoto que estremeció esta empobrecida nación.
Roció los pies y los labios de su hija con agua sagrada tres veces. Se arrodilló y besó el sudario anaranjado en el que estaba envuelta. Seguidamente, ayudado por familiares, esparció mineral de ocre rojo y caléndulas sobre el cuerpo, lo colocó en un sepulcro de madera seca y le prendió fuego.
Este antiguo ritual crematorio, que tiene por fin purificar las almas que parten al más allá, no fue el único que realizaron Pradhan y su familia. Cuando el terremoto destruyó la casa de cuatro pisos de su hermano, convirtiéndola en una montaña de escombros y polvo, se vio obligado a preparar 18 almas para el último viaje.
“No sé por qué sucedió esto. Pero no culpo a nadie, ni al gobierno ni a los dioses», dijo Pradham, tratando de contener las lágrimas. “No puedes escaparle a las reglas de la vida. Nadie puede escaparle al hecho de que un día tenemos que partir».
La hija de 21 años de Pradhan fue una de las más de 5.000 personas que murieron en el peor temblor que se registra en este país en más de 80 años. Incluso en una nación en la que la muerte y la destrucción causaron devastación desde los picos nevados del Monte Everest hasta aldeas remotas a las que los rescatistas todavía no han llegado, la pena que aqueja a la familia de Pradham es abrumadora.
Una treintena de parientes se habían reunido en la vivienda para una semana de oraciones, siguiendo tradiciones locales, con el fin de generar paz y bienestar.
La cantidad de muertos pudo haber sido peor si el terremoto hubiera llegado más tarde pues se esperaba a más de 100 familiares.
Las oraciones deben comenzar al mediodía del sábado, según Krishna Lal Shrestha, quien estaba decorando un templo de mármol de poco más de un metro (cuatro pies) con flores adentro de la casa.
La vivienda comenzó a temblar violentamente a las 11:56 de la mañana.
“Todos gritaban `ícorran! `ícorran!»’, cuenta Shrestha, quien cayó al piso y trató de arrastrarse hacia afuera de la vivienda. En cambio, en un increíble golpe de suerte, fue arrojado hacia el exterior a través de una puerta.
Se alejó como pudo y cuando se dio vuelta, vio aterrorizado cómo el edificio se venía abajo, aplastando a casi todos los parientes que estaban adentro.
“Lo único que se veía era una nube de polvo», expresó.
Aproximadamente una docena de personas lograron salir de la casa. Dos niños que estaban en el techo consiguieron deslizarse entre los escombros, magullados pero vivos.
Pradhan, quien tiene 49 años, estaba trabajando en su pequeño taller en otro sector de Katmandú cuando se produjo el temblor. Se fue corriendo a la casa y encontró a su esposa y cuatro de sus hijos afuera de la vivienda. Sabía que una quinta hija estaba en la casa de su hermano. Las líneas telefónicas estaban congestionadas y no pudo comunicarse, pero dado que la mayor parte de la ciudad seguía de pie albergó la esperanza de que su hija no hubiese sido afectada.
El domingo por la mañana, Pradhan caminó una hora para ir a la casa de su hermano y se encontró con una montaña de escombros. Otros familiares retiraban cascotes a mano. Supo que su hija estaba allí, enterrada.
Soldados nepaleses y equipos de rescate se presentaron con taladros y una aplanadora ese día. Recuperaron tres cadáveres, pero recién el lunes encontraron a la hija de Pradhan, junto con otros tres familiares. Todos fueron llevados esa noche al templo de Pashupatinath, reverenciado sitio hindú junto al Bagmati, para ser cremados.
El sacerdote Bidhar Budathoki dijo que se están cremando unos 150 cadáveres diarios solo en Pashupatinath. Día y noche hay un humo con un olor punzante y los sollozos de los dolientes se pueden sentir a lo largo y ancho de todo el complejo. La familia de Pradhan tuvo que hacer varios viajes en busca de leña ya que se acabó la que había en el templo.
Bharatman Pradhan, hermano mayor de Shankar, de 68 años, y patriarca de la familia, figuraba entre los dolientes en la noche del martes. Se tuvo que sostener contra un muro del templo mientras se llevaba a cabo la ceremonia fúnebre de su sobrina.
“Se encuentra en estado de shock», dijo Chandra Nirula, un familiar que perdió a su esposa en el terremoto. «No puede hablar. Perdió a su esposa, su hijo mayor, su hija mayor, su hermana, tres cuñadas, su suegro, su suegra, su nieta…».
“Es demasiado».
Shankar Pradhan dijo que en Nepal «hay un dicho: si partes durante las oraciones, vas directo a los dioses». Pero esa creencia no ofrecía demasiado consuelo.
Los rescatistas, mientras tanto, siguen escarbando entre los escombros en la casa de su hermano. Todavía hay que recuperar 11 cadáveres.
La mayoría de los familiares de Pradhan que sobrevivieron se pasan el día bajo una lona anaranjada, temerosos de volver a sus viviendas ante la posibilidad de nuevos temblores. Tres de ellos eran niños con vendas y magullones, rescatados a través de una pequeña grieta en el segundo piso, en un sector del edificio que no se derrumbó completamente.
“No sabemos adónde ir», dijo Pradhan. «Nos ayudan a recuperar los muertos, pero a nosotros, los sobrevivientes, no. Pero, ¿qué puede hacer el gobierno? No tiene dinero, no tiene poder».