Cuando el ilegítimo difunto se fue a morir iba ya muerto de rabia: no podría gozar más de su indefinida reelección, ni siquiera de la última para la cual hizo campaña cuasi difunto y resultó ganador espurio, porque el verdadero fue otro; no podría disponer de la chequera petrolera nacional para comprar conciencias aquí y acullá, ni relojes costosos, ni trajes de marca; no podría seguir siendo cual encantador de serpientes con el pueblo a través de sus profusas e insoportables cadenas televisivas; se le acabarían los viajecitos a la isla para recibir instrucciones y tratamientos médicos chimbos que acabaron con él; del último no regresó ni vivito ni coleando, sino como cadáver oculto para que sus secuaces pudieran seguir trampeando mientras encontraban una fecha acorde para el deceso; la encontraron, justamente la misma en que supuestamente murió, años ha, otro monstruo de ingrata memoria.
Esa rabia tenía que manifestarse contra el mismo pueblo que lo seguía inconscientemente, porque representaba el futuro que se le agotaba a él mientras marchaba inexorablemente al pasado. Entonces eligió al pelele más pelele para continuarlo, con toda la ilegitimidad posible, pues no hubo un solo paso legítimo en esa designación y lo que siguió. ¡Vaya venganza cruel contra un pueblo que era tonto por inocente, pero representaba vida mientras que él sólo muerte! Hubiera bastado como maligno legado toda la secuela de pobreza, desempleo, ruina de las fuentes de producción, despojos, desabastecimiento, engaño de la juventud con profesiones tipo express sin formación ni conocimientos, engaño de los más pobres bajo el pretexto de combatir la pobreza con dádivas y no con trabajo, regalo del patrimonio y la soberanía nacionales a extranjeros. Sobre todo, dejó una estela de saña entre sus compatriotas. Sin embargo, no le bastó.
Eso sienten los ambiciosos: todo es poco. Lanzo –más que todo por humor- un juicio temerario y que Dios me perdone: para mí, rebuscó en sus creencias, en sus artimañas del odio, en sus supersticiones, magias negras caribeñas y soltó su maldición: ¡exprópiese la salud, venga la chikungunya!
Los médicos sanitarios han calculado que esta epidemia abarcará a un 90 o 100% de la población. Tengo seis meses en este porcentaje. He vivido todos los síntomas, la crisis y los alivios para luego empezar otra etapa. Anduve doblada en ángulo recto como dice la traducción del singular nombre de la enfermedad: ando, dobladito. Inmenso cansancio, prurito, hinchazón de manos, rodillas, tobillos y, sobre todo, lo más desesperante, el agudo dolor de las manos dormidas que no me dejaba dormir. He pasado noches ante la TV viendo cine o campeonatos de tenis en la antípoda. Con una inyección de cortisona pude volver a dormir, pero la hinchazón ha vuelto y para los movimientos cotidianos estoy muy trabada, impedida. Todos los hermanos chikungosos con quienes hablo, salvo raras excepciones de padecimientos más cortos y benignos, están en lo mismo.
Nos alcanzó, pues, la última maldición del difunto ilegítimo. ¿Cuándo nos alcanzará la misericordia de Dios?