El Manteco está encerrado entre las calles 30 a la 37 y las carreras 21 hasta la 25, adonde -otrora-, la gente acudía desde “el cantar de los gallos” a comprar víveres, frutas, verduras, carnes, comida preparada y muchas hierbas, velones y hasta estatuillas.
El barrio Cantarrana, se le llamaba antes de El Manteco, apunta Esteban Rivas Marchena, en una de sus crónicas, agregando que se apostaban camiones de lado y lado para comercializar sus productos.
Así como en aquel tiempo, El Manteco está atestado de bodegas, almacenes, aguas pestilentes, voces altisonantes, botiquines y calles sucias, pero desde hace tres décadas, se ha venido convirtiendo en barrio chino.
El cronista y costumbrista barquisimetano, Iván Brito López, reseña que El Manteco es y seguirá siendo un ícono urbano de esta ciudad “como San Juan o Altagracia”.
Apunta que El Manteco forma parte de una ciudad agrícola y costumbrista, en donde a finales del siglo XIX inicia un impulso comercial con la aparición del Ferrocarril Bolívar en 1891.
López atestigua que al Manteco llegaban los arrieros con burros cargados de café que venían de los páramos de Guarico, en donde pernoctaban en posadas, porque además habían botiquines y ‘mabiles’ (prostíbulos de la época).
A principios del siglo XX, se poblará El Manteco con comercios al mayor.
De cochino Manteco a Manteco chino
La proliferación de comerciantes de origen asiático, entre los que destacan chinos, coreanos, tailandeses y hasta japoneses, se ha venido acentuando en las dos últimas décadas, quienes han venido adquiriendo los antiguos locales para convertirlos en grandes y modernas tiendas, y hasta minicentros comerciales se han levantado en el viejo Manteco.
La calle 31, antigua Aldao, era el corazón del Manteco, en donde reemplazados los comerciantes itinerantes para trasladarlos al moderno Mercado Mayorista de Barquisimeto, en el Gobierno municipal del doctor Enuman Suárez, se apoderaron del espacio, los vendedores chinos, ocupando las aceras y parte de la calzada con sus mercancías: montes verdes, hortalizas, frutas, cabezas y patas de cochino, conejos y patos, manteca y tocino, gallinas en pie, verduras de origen asiático, entre otros productos.
Ya el lugar es conocido como el barrio chino, desplazando lastimeramente a El Manteco, aunque los antiguos pobladores se resistan al cambio denominativo.
A las seis de la mañana, ya los comerciantes chinos comienzan a llenar los espacios del Manteco, haciendo fuerza o cercando a los antiguos comerciantes locales.
Y aunque ya a las diez de la mañana comienzan a recoger sus tarantines y mercancías, la molestia es general, aunque la Alcaldía ni el Concejo Municipal, intentan mediar en el irreversible escenario.
Rechazan el denominativo
Juan Arenas, con 65 años, Nancy Cortez, con 60 y Alexis Rodríguez, con 30, son parte de los comerciantes venezolanos más antiguos en El Manteco.
El primero expende papelón en conos, caraotas, ajos y velones; la segunda, es propietaria de una perfumería y el último un detal de granos y escobas.
Coinciden que el Gobierno municipal debe intervenir en la zona para reglamentar la venta itinerante, dado los comerciantes asiáticos, en su mayoría -para no decir todos- tienen locales propios.
“Salen con sus mercancías e invaden los espacios para el tránsito peatonal y hasta vehicular, no pagan patente ni impuesto alguno, mientras a nosotros se nos pecha con fuerza”, declararon.
Arenas, por ejemplo, con un local de unos cuatro metros por ocho, cancela mensualmente a la Alcaldía de Iribarren, 1.600 bolívares.
“No es justo que mientras a nosotros se nos cobre una patente elevada mientras los chinos hacen lo que les viene en ganas, y hasta vagabunderías se les permita. Ni la calle limpian cuando se retiran, dejando sus desperdicios en el lugar para que pululen las ratas”, dijeron, añadiendo que no permitirán el cambio de denominación de Manteco a Barrio Chino.