Quizás se dijeron a media voz en el silencio de la madrugada, en el país que les vio nacer o les dio refugio: “¿Nos vamos? ¿Nos quedamos?Quizás no sabían o sí, que no basta con llevar en la valija los recuerdos, los rostros de los que se aman, el idioma, olores o sabores de la casa y el terruño, para vivir bajo cielos parecidos o distintos.
Se siguen yendo aunque signifique dolor y lágrimas. O incertidumbre para adaptarse en países que a veces se figuran parecidos, pero son diferentes aunque la lengua sea la misma. O en otra, cuyo manejo ha de ser impecable en las áreas técnicas y ha de invertir tiempo y dinero para que una vez manejadas e incorporados al mercado laboral, descubran que ser inmigrante incluye no sólo la nostalgia por familia, amigos, sensaciones y paisajes, sino aprender a vivir en un mundo amable pero paralelo, distante y cortés por ajeno.
Sigue la fuga de cerebros de las universidades, cuya planta docente ha desaparecido,al no ser sustituido el jubilado ni el joven talento ido, harto del salario devenido en versión simbólica y del cerco impuesto a las instituciones universitarias por los talibanes de afuera y dentro.Sigue y parece no importar. Datos asequibles muestran el porcentaje de los jóvenes inmigrantes venezolanos en Estados Unidos, cuyos títulos de doctorado y destrezas analíticas y cognitivas, están por encima de la media de su población nativa y de los emigrados latinoamericanos calificados. El estudio de la emigración calificada en Venezuela, tiene en contra la falta de investigación continua y la ausencia de políticas de inserción de los que se formaron fuera.
El éxodo lo estimula la polarización y conflictividad política y el poco apego al marco legal que garantice derechos fundamentales. “Que se vayan”, pasó a la historia como expresión lamentable, por excluyente y penosa. Tampoco se fomentaron ayer ni hoy, los nexos que permitan desarrollar programas de transferencia de experiencias y conocimientos de los que se fueron ni que incluyan un nuevo sector de inmigrantes: los jubilados de la tercera edad, muchos con amplia experiencia y deseos de compartirla.
Tampoco se aplican los resultados de los numerosos Foros Internacionales sobre migración, suscritos por Venezuela, que sigue obviando el hecho de estar perdiendo gente muy valiosa y deja por fuera la variedad de causas migratorias de personas calificadas.
Emigrar no es fácil para la gente de un país que no tiene tradición ni experiencia de emigración sino de inmigración. Menos para chicos solitarios, recién graduados, empujados por sus familias ante el temor de que les pase algo. “Mi abuela me dijo que prefiere un nieto lejos que un nieto muerto”, repite alguno que quizá ignore que en el mapa de la violencia juvenil figuramos después de El Salvador y Colombia, entre los primeros 5 países con mayor tasa de homicidios.
Un poema de Juarroz nos auxilia para expresar lo indecible:“Cada uno tiene/ su pedazo de tiempo/y su pedazo de espacio/su fragmento de vida/y su fragmento de muerte./ Pero a veces los pedazos se cambian/ y alguien vive con la vida de otro/o alguien muere con la muerte de otro.”