Ante la pregunta: ¿Qué ciudad te gusta?, la mayor parte de la gente responde en función del aspecto estético de esa ciudad, es decir, se refieren a su estructura urbana, al ordenamiento de las edificaciones, a la calidad de las vías, limpieza, señalización, ornato, estado de las áreas públicas como parques y plazas, entre otros aspectos.
Pero cuando la pregunta es: ¿Cuál es tu ciudad ideal para vivir?, la respuesta de la mayoría pocas veces coincide con la respuesta anterior. Esto se debe a que si bien consideran importante lo primero, lo estético, cuando se piensa que es para vivir en ella, la respuesta es dada en función de la percepción sobre sus habitantes, es decir, toman en cuenta y valoran aspectos como el trato y comportamiento ciudadano, nivel de educación y poder adquisitivo, la calidad de los servicios, la seguridad, el respeto y cumplimiento de las normas de convivencia, entre muchos otros puntos que se combinan para evaluar la “calidad de vida” de la ciudad.
Ahora bien, ¿por qué es tan importante considerar el aspecto humano de la ciudad? Basta consultar el ranking, o clasificación, de las ciudades con mejor calidad de vida, o hacer una encuesta entre personas que han viajado, para deducir que las ciudades que la gente escoge como ideales para vivir son aquellas que han sido planificadas y/o reestructuradas en función del ciudadano común. Qué mejor muestra que París, la llamada ciudad luz, que luego de décadas sigue siendo una ciudad modelo por los grandes urbanistas del mundo.
Y no se trata de compararnos con ciudades del llamado Primer Mundo; también podemos citar ciudades como Bogotá, en Colombia, que en el lapso de una década, y no precisamente con dinero sino con voluntad política, ha logrado cambios tan importantes en función de la calidad de vida del ciudadano, que ha sido también objeto de estudio por parte de muchos especialistas.
Pero, ¿qué es lo que ofrecen esas ciudades?: Ofrecen diversidad de espacios públicos útiles y de calidad (aceras, plazas, parques, bulevares, etc.), servicios públicos eficientes (transporte, agua, electricidad, etc.), escuelas y centros de salud dignos, seguridad en todo sentido, entre muchos otros aspectos relacionados con la calidad de vida de sus habitantes, sin menoscabo de su estructura urbana o su condición estética.
En este sentido, cabe hacerse la pregunta: ¿De qué vale una ciudad bonita si sus habitantes carecen de calidad de vida? En otras palabras: ¿De qué sirve una ciudad con una estructura urbana ordenada, con grandes distribuidores, sin huecos en las calles, bien señalizada, con parques y canchas deportivas, etc., mientras sus habitantes viven con altos niveles de inseguridad, falta de autoridad, una anarquía general en todos los aspectos, irrespeto a las normas mínimas de convivencia ciudadana, sin cultura de mantenimiento, así como una gran deficiencia en los servicios públicos, particularmente en lo relativo salud y educación?
Los ciudadanos debemos ser más conscientes de lo que significa el concepto de ciudad para la gente, y no conformarnos con ser observadores pasivos o críticos egoístas, sino comprometernos a participar activamente en función de definir la ciudad que todos queremos. Es preciso exigir mucho más a nuestros gobernantes, en cuanto a lo que aspiramos o queremos para nuestras ciudades.
Por su parte, las alcaldías tienen el deber de presentar a los ciudadanos sus proyectos y propuestas para la ciudad, antes de su ejecución. Igualmente tienen la obligación de dar cabida a la participación y opinión de todos. Porque el ideal de ciudad, no es el de un grupo, sino el de todos sus habitantes.
Juan Manuel Carmona
