Cuando se emprende la compleja tarea de ser madre o padre hay inquietud en cada paso del proceso de crianza de los hijos porque se trata de un asunto intenso que presenta diversas dificultades, en las distintas etapas del desarrollo evolutivo. “Y en cada uno de los aspectos que conforman la vida de un ser humano, necesitamos saber cuál será la mejor alimentación, cómo formar los mejores hábitos de higiene, de comportamiento, de estudio y lo más complejo, cómo enseñar a nuestros hijos a ser felices”, señalan las docentes Adela Pérez y María Teresa Herrera.
Pérez es coordinadora de la Maestría de Orientación que ofrece la Universidad Pedagógica Experimental Libertador de Barquisimeto (UPEL- IPB) y Herrera es docente del mencionado postgrado, ambas reflejan en su artículo ¿Puedo ser amigo de mi hijo? sus inquietudes sobre el tema y ofrecen algunas herramientas para los padres.
Explican que en cada etapa de su crecimiento, afrontamos y celebramos como padre cada progreso y dificultad, sus primeros gestos, sonrisas, movimientos, sonidos, palabras, pasos, los continuos “por qué”, las noches sin dormir por un estado febril o un estado viral, la celebración de los aciertos escolares o la búsqueda de ayuda cuando hay problemas en el rendimiento académico. “Los hijos van creciendo y los padres con ellos”.
Cuando los hijos están en la etapa en la que pueden establecer una conversación y tratar diversos tópicos, quizás nos sentimos como padres un poco más relajados, en el sentido de que ya estamos seguros de que lo alimentamos bien, porque está sano, creció y está en ese proceso de obtener su independencia como persona. “Entonces, pudiéramos sentirnos muy en confianza y pensar que podemos tratar a nuestros hijos como si fueran nuestros amigos. ¿Qué tan conveniente es esa idea?”
Si se analiza el sentido estricto de la palabra amistad, en el Diccionario de la Real Academia Española se le define como: “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. En consecuencia, esto pudiera interpretarse como que sí se puede ser amigo de los hijos, porque existe afecto incondicional y este aumenta con el paso del tiempo.
Pero cuando se usa el calificativo de amigo (a) como sustantivo, el diccionario aclara, que esta palabra se entiende “como tratamiento afectuoso, aunque no haya verdadera amistad”.
“De tal manera, que creer que la mejor manera de llegar a nuestros hijos es siendo su amigo(a), es un arma de doble filo. Ya que el trato entre amigos es una relación entre iguales con alguna característica en común. Se establece así una relación horizontal en donde el nivel de confianza, de dirección y formación puede no distinguirse. Por eso los profesores, los padres, los jefes no pueden ser amigos de sus alumnos, de sus hijos o de sus empleados”.
También cuando intercambiamos con los seres que nos rodean, a los que llamamos “amigos”, pensamos: cada quien con su manera de ser, le toleramos cualquier diferencia con nuestra manera de pensar y podemos justificarle al amigo cualquier proceder, ya que consideramos que ese es su problema, que sus decisiones y opiniones son muy propias, por lo que quiénes somos para cuestionarlos. A lo sumo, sólo trataríamos de hacerles ver las cosas (sobre la base de la amistad) y nada más.
Pero, el rol de padre exige un alto compromiso con la formación de los hijos así que no se puede dejar pasar cualquier proceder inadecuado, indisciplina, comportamiento inmoral, entre otros.
Principio de autoridad
Desde siempre se ha creído, cuestionado o planteado la responsabilidad de ser padre y la manera exitosa de lograr el equilibrio. Los tiempos han cambiado y con ello la relación entre padres e hijos.
En la actualidad los hijos manejan una serie de dispositivos tecnológicos (computadoras, celulares, tabletas electrónicas, entre otros) que le proporcionan cualquier cantidad de información de manera casi instantánea y por lo general están más al día que los padres en muchos temas de la vida contemporánea y a veces hacen sentir que “se la saben todas”. He allí, una arista de este trajinar y es el no olvidar el principio de autoridad, que junto al respeto y la comunicación constituyen aspectos fundamentales en el rol de ser padre.
Quizás los padres de ahora, llamados por la belleza que la palabra amistad encierra, han querido tomarlo como bandera y tratar a sus hijos como si fueran sus amigos. El error está en que se ha perdido, en primer lugar, el principio de autoridad, mediante el cual el hijo “olvida” quién tiene las riendas en el hogar (padre o madre) y que bajo el techo del hogar quienes mandan son los padres.
En segundo lugar, el respeto que debe ser mutuo, mediante el cual el lenguaje empleado es un indicador del mismo, por ello tanto los hijos como los padres debemos dirigirnos en términos adecuados, usando expresiones preferiblemente descriptivas sin emisiones de juicios o calificativos ofensivos. Cuando como padres se establecen las normas en el hogar, estas deben hacerse cumplir tomando como base que una cosa es el miedo y otra, muy diferente, es guardar los límites que indiscutiblemente deben existir al dirigirse a otras personas, sin atropellos, recordando aquello de que “mis derechos terminan donde empiezan los de los demás”.
Un tercer aspecto, lo constituye la comunicación, la cual sirve para establecer contacto con los miembros de la familia, para dar o recibir información, para expresar o comprender lo que pensamos, para transmitir nuestros sentimientos, comunicar algún pensamiento, idea, experiencia o información con el otro, y para unirnos o vincularnos a través del afecto y de la empatía.
Diálogo y confianza
El continuo diálogo representa el estado idóneo en la atmósfera hogareña; es el saber que las situaciones cotidianas se resuelven por ambas partes cuando se plantean los problemas, se exponen las razones y se expresan libres, espontáneas y sinceramente los pareceres para llegar a conclusiones donde ambas partes reciben un trato razonable y adecuado a las circunstancias.
Otro aspecto no menos importante en las relaciones entre padres e hijos, es la confianza, que debe estar presente entre ellos, para sentir que estamos en puerto seguro cada vez que llegamos a nuestro hogar. En ese sentido, Laurence Cornu (1999), define la confianza como “una hipótesis sobre la conducta futura del otro. Es una actitud que concierne el futuro, en la medida en que este futuro depende de la acción de un otro. Es una especie de apuesta que consiste en no inquietarse del no-control del otro y del tiempo”.
De forma tal, que la confianza es el fundamento de toda relación humana. Nadie puede caminar junto al otro sin tener la certeza de que puede confiar en él. Sin confianza es imposible avanzar y crecer. Cuando hablamos de confianza hablamos de transparencia. Para confiar en otra persona hace falta primero tener un conocimiento. Cuanto más se conoce, más confianza hay en una relación. Donde hay confianza se da una buena comunicación enriquecedora. Por ello entre padres e hijos, es muy importante cuidar mucho la confianza.
Muchos conflictos que se dan hoy entre padres e hijos, son porque quizás muchos padres no han sido merecedores de la confianza de sus hijos y han perdido su credibilidad ante ellos. “Con estas ideas pareciera que nuestra interrogante inicial, tiene una respuesta en los sencillos y cotidianos aspectos mencionados, los cuales deberían ser principios de las relaciones entre padres e hijos. Queda claro entonces, que la tarea de ser padres implica una responsabilidad de formación que marca la diferencia en que una cosa es ser amigo(a) y otra muy diferente es ser padres”.
Fotos: Archivo