El país envuelto en una madeja de incógnitas, en un polvorín de tribulaciones sociales, y los máximos jerarcas del poder ocupan la hegemónica plataforma comunicacional del Estado, para volver sobre la ya cansona especie del golpe.
¿Cuántas versiones van ya, sin pruebas creíbles ni continuidad en la investigación? Además, ¿no acaban de celebrar y exaltar el sangriento golpe del 4-F? Y si un día de estos se produce, de verdad, alguna indeseada intentona militar, una sedición real, ¿quién les va a prestar atención?
La noche del sábado, el espacio de una aparición conjunta en televisión de las cabezas de los poderes Ejecutivo y Legislativo, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, comparecencia que pudo servir para que ambos trataran, con seriedad, tantos asuntos que concitan el interés nacional, tantas aclaratorias pendientes por hacer, fue desperdiciado es un burdo ataque a la revista Semana, de Colombia, y, por enésima vez, a la «rancia oligarquía de Bogotá». Cada ironía, cada lance de los humoristas del vecino país hacia Maduro y Cabello, es asumido como «un ataque a Venezuela», como si ellos hubiesen pasado a formar parte de sus símbolos, encarnándolos, y el destino de la patria, infinitamente superior, estuviese atado en forma indisoluble al de sus actuales gobernantes.
Esas horas malgastadas en ridículos desahogos y pendencias, pudieron haber sido empleadas, por ejemplo, para explicarles a los venezolanos, con lujo de detalles, cómo es que en tiempos de vacas flacas, y hasta de riesgo de impago de la deuda, de repente, sin que se tuvieran noticias, aparecen depositados en la banca suiza 11,7 millardos de dólares, pertenecientes al erario público nacional.
Pese a tanta verborrea oficial, y luego de cadenas diarias de radio y televisión sin límite de tiempo ni de temas, jamás se había hecho mención a ese tesoro escondido. «Se han hecho revisiones, todo es transparente», alega el ministro de la economía, pretendiendo que su sola palabra basta. ¿Puede ser transparente algo que se mantuvo oculto y si salió a la luz pública fue por el escrutinio de terceros, de Swissleak, es decir, por accidente? ¿Por qué andar por el mundo de pedigüeños con semejante botija allí, disponible? ¿Qué tipo de previsiones o resguardos se había tomado con esa colosal fortuna? La aguda falta de alimentos y medicinas en Venezuela, ¿no eran buenas razones para echar mano a esa desconocida reserva? ¿Por qué Suiza, refugio de tantos capitales oscuros? ¿Es esa la única cuenta de la República en el exterior, que ignorábamos?
Mientras esas y muchas otras interrogantes flotan en el ambiente, dentro y fuera del país (no hay nada oculto bajo el Sol), los venezolanos son torturados con una devaluación sin precedentes. Las «medidas» del Gobierno, aguardadas con una expectación paralizante, han producido el infortunado efecto de oficializar el dólar paralelo, sujeto ahora al juego de la oferta y la demanda, conforme a doctrina tan
denigrada por la revolución. En fin de cuentas, después de negar con obstinación que el dólar negro existiera, y amenazar con cárcel a quien lo nombrara siquiera, ahora lo hizo suyo.
Como siempre, el Gobierno ensaya la siniestra ilusión de un nuevo convenio cambiario sin ir al fondo del problema: la producción de bienes y servicios, la disciplina en el gasto, la generación de riquezas, de empleo estable. Si con un barril petrolero cuyo precio oscilaba en los 96 dólares hemos desembocado en
esto, con un crecimiento de 6,5% de pobreza, según las maquilladas cifras del BCV, es fácil presagiar qué nos espera. El salario mínimo del venezolano, con base en el dólar Simadi, se ubica ahora en 32 dólares, un par de dólares más que en Cuba.
El Gobierno no habla de esto. Son temas ocultos, como la cuenta de Suiza.
No quieren que pensemos en nuestros verdaderos dramas. Buscan distraernos. Eso explica por qué optan por sobresaltarnos a cada instante con la manida tesis del golpe. ¡Por Dios, Es hora de que sean serios!