A propósito de la invocación permanente a la vasta obra de Bolívar y la influencia de su pensamiento y acción en el sueño de la construcción de la patria latinoamericana, ya en una oportunidad nos tocó reflexionar en el ámbito de la reforma universitaria que acomete, desde la conversión y creación de la Universidad Colonial a la Universidad Republicana, hito representativo de ese proceso, en 1827, es la fundación de la Universidad Central de Venezuela.
En un ensayo que al respecto publicáramos –en coautoría- con motivo del bicentenario de su natalicio, destacábamos dos hechos: uno, el ejercicio de funciones de Rector, cuando excepcional y simbólicamente, en pleno campo de batalla, reconocía los méritos y estudios de un ciudadano incorporado a la causa independentista, concediéndole el título universitario. El otro, representado en la decisión de asignarle a la recién creada Casa de Estudios, haciendas ubicadas en sus predios para su debida administración, de tal manera que pudiese generar sus propios proventos y perdurar en el tiempo. Lo que hoy, hemos venido denominado: sostenibilidad institucional, en atención a la ruptura del cordón umbilical a la dependencia paternalista del Estado, en materia de fondos.
Igualmente, con la dispensa y la libertad que prodiga la metáfora, y con la venia de quienes ejercen la profesión, nos tomamos la licencia de hablar de Bolívar Economista. La alusión viene también a propósito de cumplirse este año, el bicentenario de la Carta de Jamaica.
La apreciación del escritor chileno Luis Vítale, en su obra “La contribución de Bolívar a la Economía Política Latinoamericana, por ejemplo, puede ser un punto de partida para considerarlo así. Al respecto sostiene: “El mérito del Libertador fue haber hecho una contribución a la Economía Política latinoamericana a través de una praxis consecuente. En la Carta de Jamaica (1815), definió las características esenciales de nuestra condición colonial: relaciones serviles de producción, monopolio comercial, trabas e impedimentos para desarrollar la industria y obstáculos para el comercio regional entre colonias. Decía Bolívar, (nos obligaron a dedicarnos a la crianza de ganado, a la extracción de oro y a la agricultura y plantaciones, es decir, nos impusieron una economía primaria de exportación). Estaba convencido de que la única manera de contrarrestar la influencia de las potencias europeas y norteamericana y de no caer en una nueva dependencia, era a través de una América Latina unida y capaz de industrializarse con su propio esfuerzo. Por eso, fue uno de los primeros políticos latinoamericanos en promover el desarrollo de una industria nacional”.
Agrega, el citado escritor, una medida dictada, más adelante, en ese contexto: El 21 de mayo de 1820, desde la Villa del Rosario, mediante decreto: “No habiendo corporaciones que promuevan, animen y fomenten la actividad productiva, se ordena crear una Junta en cada provincia para fomentar la industria proponiendo y concediendo premios a los que inventen, perfeccionen e introduzcan cualquier arte o género de industria útil, muy especialmente a los que establezcan las fábricas de papel, paño u otras a los que mejoren y faciliten la navegación de los ríos). Hay que promover (la prosperidad nacional por las dos más grandes palancas de la industria, el trabajo y el saber), decía en Angostura”.
Si de algo sirviese sería interesante conectar ese hecho histórico de trascendencia con la vida institucional del país, en medio de la crisis económica y la lección que sigue dejándonos, poco aprehendida, según parece. En términos proféticos, retumba el eco de su frase: “He arado en el mar”.