Mirar hacia atrás, saber de dónde vinimos, conocer las raíces de lo que somos. El tema histórico es sin duda un elemento indispensable para realizar cualquier diagnostico sobre el presente, pero el transcurrir de los años no es lineal, la vida no recorre caminos inmodificables trazados por la lógica de los acontecimientos, la vida es realidad y es fantasía, es suceso verificable pero es también una fábula donde el hombre es al mismo tiempo guionista y actor. El hombre como figuró Borges es una creación de círculos concéntricos donde el sueño y la realidad habitan un común sufrimiento. La vida es una Niebla, como escribió Unamuno donde la inteligencia retoma los designios de Dios.
En, mi pueblo, donde Dios y El Diablo libran una guerra milenaria, Carora, nadie muere, se entierran cuerpos y se lloran velorios pero en verdad nadie muere, todos se quedan vagando en la dimensión atemporal de los misterios tercamente irresolutos. En Carora siempre se vive hacia adentro y por ello la muerte se convierte en una simple fachada que esconde a la gente de los visitantes. Pero si usted conversa con caroreños auténticos observará como dentro del coloquio involucra a gente supuestamente fallecida pero que continúa trajinando lo cotidiano. Por eso Chío Zubillaga sigue vivo y sus archivos se mantienen castigados por el encierro, el fraile Aguinagalde no termina de descansar porque a cada rato invocan su maldición. A los hermanos Torres los tienen todavía presos dentro del ventarrón. De Carora nadie se va, todos nos quedamos encadenados y penitentes, los que estamos fuera, los muertos, recién nacidos o moribundos, todos llevamos sobre la frente la señal de este purgatorio…será al final de los tiempos cuando sepamos si seremos Comala o Shangri Laa.
En Carora no existen líneas fronterizas entre lo sucedido y lo imaginado, lo posible y viable y los sueños encaramados en los balcones de la locura. Y es que de tanta soledad que nos rodea inventamos un mundo poblado de música, ilusiones, versos y profecías donde los demonios no son del infierno y deambulan entre nosotros con maldades de pantalones cortos.
Cuando niño yo visité el cuarto donde Alonso Quijano decidió ser caballero andante, recuerdo también que desde la hamaca donde estaba recostado a horcajadas me dijo que cuando no volaran los loros sobre la Plaza Bolívar en nuestro pueblo se acabaría la magia de los espantos y así poco a poco las casas viejas se volverían tierra de cementerio.
En ese momento no le entendí pero luego de leer La Casa Tomada de Cortázar comprendí que los nuevos propietarios de la Zona Colonial serán los muertos, pero como en Carora nadie muere eso no importa y eso lo saben las personas que viven en los solares cuidando sus morocotas, enterradas en vasijas de barro.
Es tan cierta la conjunción de realidades y sortilegios en Carora que El Gabo decidió mudarse con nosotros. Quiso regresar primero a Aracataca pero con tristeza descubrió que allí ya no estaba Macondo. Lo invitamos de paseo y cuando vino se quedó entre nosotros, maravillado y contemplativo.
Somos los muertos y los vivos, somos el tiempo que fue hace centurias y somos el tiempo que será dentro de siglos. Somos Carora, un misterio de soledad rodeado de arte y filosofía.