Un tuit de la revista satírica El Chigüire Bipolar ilustra el frenesí que desata la escasez de productos básicos en Venezuela: «Por los próximos 2 minutos hay desodorante en el Farmatodo de la esquina». Basta recorrer tres o cuatro supermercados de cualquier ciudad de Venezuela para constatar que la realidad de estos días en el país petrolero no es tan así… pero casi.
Nadie (o casi nadie) está exento de la escasez y de su paisaje desolador, de larguísimas colas de caras frustradas frente a los supermercados, de estantes vacíos de leche, papel higiénico o detergente y de pasillos enteros de un mismo producto y marca -bebida energética, por ejemplo- para dar una sensación artificial de espacio relleno.
Si un producto escaso desde hace semanas llega de repente a un establecimiento, en pocos minutos será enorme la fila de gente, que llega atraída por el boca a boca, el celular y los mensajes de «hay jabón en tal lugar» en grupos de aplicaciones de mensajería instantánea y redes sociales.
No es lo habitual, pero a veces cunde el nerviosismo en las colas, custodiadas desde hace semanas por las fuerzas de seguridad. La prensa local ha reportado estos días varios tumultos y hasta algún conato de saqueo.
«Cuando la gente no está segura de que pueda comprar los productos la próxima vez que acuda al supermercado, está dispuesta a comprar más de lo que necesita y acumular inventario en su casa. Es algo instintivo», explica a la AFP el economista y consultor Ángel Alayon, autor de varios artículos sobre el tema.
«Así que se convierte en un círculo vicioso. Hay escasez, se produce un racionamiento y cuando la gente compra más de lo que necesita se profundiza la escasez y si hay más escasez hay más gente dispuesta a comprar», agrega.
La tormenta perfecta
Si un químico quisiera dar con la fórmula, una posibilidad podría ser ésta: control de precios + control/tipo de cambio + expropiaciones + corrupción + ineficiencia + caída del precio del petróleo + pagos de deuda externa = escasez.
«Si a las políticas intervencionistas del chavismo, que desincentivan la producción nacional y hacen a Venezuela todavía más dependiente del petróleo, le sumamos que en 2015 entrarán muchos miles de millones de dólares menos por la caída del petróleo y que el gobierno tiene que pagar más de 10.000 millones en vencimientos e intereses de la deuda, tenemos la tormenta perfecta», advierte bajo anonimato un economista de una institución internacional en Caracas.
El gobierno del presidente socialista Nicolás Maduro, que anuncia importaciones masivas de alimentos y organiza mercados populares a precios subsidiados, atribuye la escasez a una «guerra económica» orquestada por la ultraderecha venezolana y el sector empresarial para desestabilizar a su gobierno.
Pero sus detractores acusan al chavismo de haber despilfarrado la mayor bonanza petrolera de la historia del país con un sistema que fomenta la corrupción, la venta ilegal y el contrabando.
«En los últimos diez años en Venezuela han entrado más de 700.000 millones de dólares y aquí no hay desodorante», dijo hace días el líder opositor, Henrique Capriles.
El mismo gobierno reconoció el año pasado que 20.000 millones de dólares a valores subsidiados y previstos para importaciones habían sido asignados a empresas fantasma.
«Al estar la moneda tan sobrevaluada en un sistema con cuatro tipos de cambio (tres oficiales y uno negro), no puede haber un negocio más grande en Venezuela que recibir dólares a la tasa de 6,30 y venderlos en el mercado paralelo (donde su valor es casi 30 veces superior)», advierte Alayón.
«Es solo comparable con el negocio de la droga. No hay otro tipo de negocio que te pueda dar esa rentabilidad de la noche a la mañana», agrega.
El economista evoca la China de Deng Xiaoping o el Brasil de los 90 como ejemplos de países que salieron de un sistema similar, desmontando los controles de precios y dándole más participación a la propiedad privada en la producción agrícola.
«Pero eso en Venezuela sería desandar el camino que (el fallecido Hugo) Chávez había trazado», dice. Mientras tanto las colas se multiplican junto con el malhumor social y las iras gubernamentales cuyos funcionarios la emprenden con empresarios, compradores, intermediarios y la prensa.