El diálogo político: ¿ Debe darse en Venezuela?

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Decía Maquiavelo: “No puede haber grandes dificultades cuando abunda la buena voluntad”. Resulta extraño iniciar este análisis con una frase de uno de los seres humanos más vituperados y asociados al mal como este florentino del Renacimiento que fue capaz de describir la amoralidad del poder con
un lenguaje claro y llano, lejos de adornos o alabanzas fútiles. Y es que el momentum político actual en Venezuela lo amerita y con creces.

Frente a la coyuntura económica y el desgaste que la polarización ha dejado en los últimos 15 años, se hace más que necesario operar un diálogo político que desmonte las vías alternativas para dirimir las diferencias que no estén ajustadas a principios democráticos.

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Los estudios de opinión pública dan cuenta de que el camino del diálogo entre los actores políticos y entre el sector público y el privado cuentan con el aval de lo que se denomina técnicamente “una amplia mayoría calificada” de alrededor de un 80% de la población. Es la legitimidad necesaria para
proceder de inmediato a recuperar los espacios de encuentro para construir consensos.
Rehabilitar la política para rehabilitar la economía. No puede haber mecanismo distinto.

Y la manera más efectiva para lograrlo es a través de un proceso de diálogo que apueste por el país y no a cálculos políticos de corto plazo. Si existe realmente la buena voluntad más allá de lo que se pregona públicamente, las grandes dificultades que atraviesa el país podrán superarse.

Este diálogo político debe darse con sinceridad, entre las bases partidarias y directivas del PSUV y sus aliados, así como también en los sectores opositores. Tienen que amalgamarse con claridad meridiana las posiciones convergentes que luego servirán de marco para la discusión estratégica de opositores y oficialistas. La política ganaría en fuerza y su peso en el abordaje de los escenarios económicos sería crucial para orientar un rumbo desmarcado de posiciones partidistas y apuntalado por un enorme consenso nacional.

A decir verdad, muchos venezolanos desconocemos la proporción real del estadio económico que atraviesa el país. Muchas cifras se han ventilado en relación al déficit, pero es poca la información oficial disponible para estos efectos. También es una incertidumbre considerar con exactitud o buena
aproximación, la duración de los bajos precios petroleros que agravan sobremanera la situación. Pero, sobre lo que sí podemos perfectamente ventilar proyecciones es en relación al sostenido aumento del gasto público expresado en los últimos años que se ha enfocado categóricamente en la renta petrolera
sin preverse alternativas de ingresos en divisas por parte del Estado venezolano.

Esto ha venido configurando un cuadro de presión financiera que ante la caída de la renta se presumen las enormes dificultades para mantener el mismo ritmo desenfrenado de los últimos años. Vale decir entonces que la coyuntura actual no es una mera consecuencia de la debacle petrolera sino tiene
raíces estructurales profundas. Frente a ello no puede un solo sector político por más
respaldo popular eventual que pueda tener, orientar un clima de cambios paradigmáticos
en materia financiera, de gestión pública, de proyecto país y sobretodo, en cuanto a productividad
se refiere.

Volvamos entonces a la frase maquiavélica que dio origen a este análisis. La buena voluntad tiene que demostrarse, no solo pregonarse a los cuatro vientos. Obviamente, será un proceso duro, difícil, complicado, lleno de consejas e intrigas. Con mucha desconfianza de por medio.

Pero más allá de todo eso, la realidad lo exige y aún más: el sentido común. El diálogo político servirá para reconfigurar el marco institucional o lo que Alexis De Tocqueville llamaba “el balance de la democracia”, algo estrictamente necesario para emprender reformas profundas en el abordaje de la economía.

El equilibrio de los Poderes Públicos se retomará paulatinamente en la medida que aflore este proceso de diálogo. La Política es el escenario más propicio para fortalecer la economía en la medida que sirva a “los fines del Estado y la sociedad”, como lo afirmaba Max Weber. Muchos detractores del diálogo tienen sobradas razones para cuestionarlo, además de válidas. Pero, el estadio civilizatorio de nuestra sociedad obliga, más que exhorta, a jugar un rol político conciliador en lugar de estimular escenarios de confrontación y odio.

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