Sube la tensión en la «ciudad rebelde» de San Cristóbal

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A la misma hora que el presidente de Venezuela Nicolás Maduro hablaba por televisión para anunciar sus medidas económicas, Ruth Molina disfrutaba con su hija pequeña en los autos chocones de la Feria de San Cristóbal.

«No quiero perder el tiempo escuchando lo que dice y da lo mismo lo que me lo escuche porque terminarán poniéndolo por televisión una y otra vez» explicó esta funcionaria del gobierno de 42 años que aguardaba a que su hija terminase de estrellarse una y otra vez.

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En la Feria de San Cristóbal, a una hora de la frontera con Colombia, las luces y la música suenan como si estuviera llena de gente pero las atracciones lucen vacías, los comerciantes esperan sentados y la gente pasea sin mucho espíritu festivo entre las atracciones y los puestos de comida. «Esta feria antes era impresionante y estaba llena de visitantes. La ciudad se paralizaba y venía gente de todo Venezuela pero ahora está deprimida. No hay dinero para nada» recuerda Ruth con nostalgia. Incluso la banda de salsa contratada toca para un puñado de personas aburridas que ni siquiera se esfuerzan por bailar, en un país que ama su música.

«Lo peor de la situación económica es que ahora los productos tienen un precio, pero cuando Maduro termine de hablar, tendrán otro» ironiza.

El sarcasmo de Ruth cobra sentido cuando Maduro, dos horas después, anuncia que está pensando en subir el precio de la gasolina. Una medida inédita en un país acostumbrado a pagar más por el agua que por el combustible.

Pero a la difícil situación económica de Venezuela, con una inflación superior al 60% y el precio del barril de petróleo a 40 dólares, se suma la crisis política de San Cristóbal, conocida como la `ciudad rebelde’.
Nada ha vuelto a ser igual desde que hace un año esta ciudad de 650.000 habitantes, a pocos kilómetros de la frontera con Colombia, protagonizara las protestas más duras contra el gobierno de Maduro.

Durante 57 días la capital del estado Táchira estuvo bloqueada por barricadas, las universidades cerraron, los edificios públicos fueron destrozados, escaseaba la comida y el combustible y los hospitales se llenaron de heridos. Sólo hasta que el gobierno envió a cientos de soldados, aviones y helicópteros consiguió sofocar unos disturbios que se habían extendido por todo el país. Fue la mayor crisis social vivida por Maduro desde que hace dos años llegó al poder tras la muerte de Hugo Chávez.

Incluso el alcalde de la ciudad, Daniel Ceballos, fue encarcelado acusado de estar detrás de las revueltas.

«Las cosas están peor que el año pasado. En Caracas ahora están empezando a sufrir las colas pero aquí llevamos cinco años haciéndolas» se lamenta José Vicente García, concejal de San Cristóbal y hombre cercano al ex alcalde. «El desabastecimiento es mayor que en otras zonas del país porque además de que no hay papel higiénico, ni azúcar, ni café, hay que sumar la asfixia económica del gobierno que no nos envía los recursos que por ley corresponden al municipio» se lamenta.

Un año después, el espíritu rebelde aflora de nuevo y los rumores que asustan y que corren de boca en boca y a través de WhatsApp hablan de que San Cristóbal se prepara para nuevos disturbios y que los estudiantes sólo esperaran a que termine la feria de San Sebastián que se celebra estos días.

«Buscamos que la gente se movilice y lograr el apoyo de las masas para que no nos pase lo del año pasado» explica Osmel García, militante de Voluntad Popular y uno de los jóvenes que reparte panfletos pidiendo la renuncia de Maduro en las colas donde la gente se agolpa para conseguir alimentos. La entrega termina abruptamente antes de que llegue la policía. «A nadie interesa caer detenido porque las protestas más fuertes están por llegar», explica.

«Lo que sucedió el año pasado fue al mismo tiempo un fracaso y un éxito. Fracaso porque no se lograron los objetivos a corto plazo que nos fijamos (la caída de Maduro) y hubo presos, muertos y heridos. Pero también un logro porque con el encarcelamiento de Leopoldo López se le cayó la careta al gobierno sobre las violaciones a los derechos humanos» explica Osmel. «Estoy seguro que en cuanto termine la Feria de San Cristóbal esto va a estar más duro» vaticina.

«Los miguelitos (mangueras con clavos) y las papas (explosivos caseros), se preparan al instante. No podemos arriesgarnos a acumular artefactos porque acabaríamos presos y en la cárcel no somos útiles» advierte otro joven que prefiere no dar su nombre. «Ya están localizados los proveedores de pólvora».
El estado de Táchira es uno de los pocos estados opositores de Venezuela. En las elecciones presidenciales de 2013, Henrique Capriles aventajó a Maduro en casi 26 puntos y en la capital, San Cristóbal, la diferencia se disparó por encima de los 46 puntos. El alcalde encarcelado fue uno de los más votados del país con cerca del 70% de los votos.

En la `ciudad rebelde’ pocos dudan que la feria es lo único que retrasa un estallido social que parece inminente.

Para Nellyver Lugo, uno de los rostros más importantes del chavismo, no se puede hablar de estallido social, sino de planes desestabilizadores. «La Ciudad de San Cristóbal, al ser un bastión opositor, va a ser utilizada para desestabilizar el país» advierte la presidenta del consejo legislativo de Táchira.

«Sabemos que han estado haciendo ensayos durante el último año. Los mal llamados estudiantes, que en realidad son delincuentes, han hecho pruebas violentas para llevar otra vez al estado al caos y la ingobernabilidad» explica. Según el gobierno, los disturbios dejaron 5 muertos, 43 heridos y 5.000 millones de dólares en pérdidas para la ciudad.

Mientras tanto en la calle a las colas habituales se suma el temor. «Lo que aquí vivimos hace un año no lo sabe nadie. Fue el caos absoluto y hemos vuelto a la misma tensión. La situación actual es insostenible y todo el mundo intuye que se está preparando algo» explica Karina García, una abogada que sale con varias bolsas de víveres después de tres horas de cola. El miércoles, el café, el jabón y el aceite tuvo que conseguirlos en el mercado negro al doble de su precio habitual.

Karina representa a esa parte del electorado que siempre votó por Chávez pero que no se identifica con Maduro, que se hunde en las encuestas con el 22% de popularidad, y que hoy saldrá a protestar «A mí me ganaron con la ideología y me perdieron con la economía» se lamenta.

Y pone un ejemplo sobre la inflación que se vive mes a mes. «En junio de 2012 compré un carro y me costó 320.000 bolívares y el mes pasado adquirí un refrigerador que me costó más caro que el coche, 345.000 bolívares».

A la hora que terminaba de hablar Maduro, casi las diez de la noche, la música de la feria sonaba con más fuerza y las luces de neón coloreaban el ambiente. Desde la megafonía una voz animaba a divertirse en la que era una de las ferias más importantes de América Latina. La realidad, sin embargo, es que la música sólo sonaba para algunas parejas de novios, varios borrachos y un montón de feriantes que esperaban con los brazos cruzados a que llegasen días mejores.

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