La mamá de una amiga decía que es fácil arrancar las plumas a una gallina, difícil es volvérselas a poner.
Quienes proyectan la recuperación del país a veces olvidan un elemento primordial: ¿Cómo rescatar la reputación de Venezuela dentro del concierto de naciones? El daño que se ha hecho a la buena fama internacional del país es descomunal.
Por demasiado tiempo hemos sido torpemente representados por quienes – como se dice en París – cayeron de la copa de un cocotero al asiento de un BMW.
Algunos piensan que en cuanto cambiemos de sistema y personeros comenzará a recobrarse la confianza externa. No será así de fácil. La simpatía que generaba un país que en su momento fue «ejemplo de democracia» se volvió grima, animadversión y desprestigio.
Unos creen que la resistencia heroica y firmeza democrática de tantos venezolanos servirá para devolverle al país el respetable sitial que por décadas ocupó ante la comunidad internacional. La insistencia cívica ayudará, pero no bastará. Una bien ganada fama de «proveedor confiable» de petróleo se ha esfumado, quizás para siempre.
El problema va más allá de la irracionalidad «comunista». No son los desmanes protocolares repetidos y subrayados a lo largo de años. Tampoco las bufonadas y tonterías reiteradas hasta el cansancio frente a caras atónitas – divertidas o indignadas – de interlocutores foráneos.
El tema trasciende a gobiernos y personas: Un refrán dice: «la culpa no es del ciego sino de quién le da el garrote», y hay que reconocer – con toda objetividad – que fue un electorado mayoritario el que entregó a Venezuela.
Toda una mayoría fue capaz de elegir – además reiteradamente – a tal atajo de especímenes que a cualquier observador externo le cuesta tomarnos en serio, y menos desprovistos de una otrora potente arma petrolera.
Y no sólo se resquebrajó la imagen externa: Son demasiados los que aquí mismo dejaron de creer en el país. Cientos de miles han emigrado – la mayoría jóvenes universitarios – porque ya no se identifican con ese gran rancho en que se ha convertido la patria de Bolívar, Miranda y Bello.
No se sienten parte del desparpajo, la estulticia, la innata vulgaridad, la mezquina petulancia y la criminal irresponsabilidad con que durante unos tres lustros se presenta al país desde la altura (o profundidades) del poder.
Pero nación no es gallina, y pronto volverá a manos de un electorado – ojalá escarmentado – la posibilidad de restituir la credibilidad de Venezuela ante propios y extraños. En la manera de salir del actual berenjenal está la subida de esa empinada cuesta.