El jueves 4 de diciembre asistimos en Urachiche a la inhumación de los restos de la señora Carmen Luisa Zambrano de Mejías, invalorable mujer de la ciudad, a donde llegó en visita familiar.
Quiso el destino que allí se sembrara para siempre. Por esos días, Juan Mejías, vinculado a nobles familias de la región, estaba al frente de las oficinas del correo de Urachiche y en el entorno familiar conoció a quien, casi inmediatamente, se convertiría en su esposa. Venía Carmen desde la región sur del país, de Ciudad Guayana, y jamás regresó a su tierra. Juan, literalmente hablando, la secuestró.
Ambos se convirtieron en una pareja inseparable, muy apegada a las tradiciones religioso–culturales y a lo largo de cincuenta años intensamente hicieron vida social, viajando a diversos puntos del país y del exterior, en medio de su modesta posición económica.
Lo cierto es que al pasar de los años la modesta casa de los Mejía—Zambrano se convertiría en un punto de encuentro de amistades. Allí se hablaba de todo: del acontecer nacional, de las vivencias de Urachiche y de su mundo económico y social. A Juan le dieron ese nombre por ser San Juan Bautista el patrono de la ciudad. Él lo llevó con orgullo, tanto así que lo transfirió a su hijo Juan José.
Se cuenta que durante diez años Juan y Carmen esperaron por el nacimiento de su primer y único hijo. Cuando se hizo el anuncio, hubo celebración por todo lo alto. Tal era la ascendencia del matrimonio en la ciudad.
En efecto, la casa se convirtió a partir de entonces en sitio de convergencia de todas las clases sociales. Los Mejía eran manos abiertas hasta la saciedad y eso parecía tener un efecto multiplicador bajado del cielo. Las reuniones se convirtieron en asunto obligado cada 24 de junio, día del santo patrono, con animación de grupos musicales e intérpretes de canciones románticas y venezolanas. Los políticos nacionales más sonoros supieron de la generosidad y buen tono de anfitriones que emanaba de aquel extraordinario matrimonio.
Al morir, Juan dejó un elevado legado moral. Carmen lo recogió y al fallecer ella queda entonces el testigo en manos de su hijo Juan José y sus nietos. El aún, a sabiendas de su influencia en el medio, jamás se interesó en la política. ¿Candidato a alcalde o funcionario municipal? Nada de eso. Su puesto y vocación de servicio estaban definidos. Ella, por su parte, se dedicaba a sus labores comunes, procurando hacer de su hogar un sitio impecable. Dicho en otras palabras, en una auténtica ama de casa, de mujer yaracuyana adoptada, que baja a la tumba cargada de honores.
José Indave Meléndez