El 9 de noviembre de 1989 fue derribado el muro que dividía Alemania entre un oeste capitalista y el este pro soviético, que se extendía a lo largo de 45 kilómetros y fue construido en 1961 por el Bloque del Este. Muchas personas murieron en el intento de superar la dura vigilancia de los guardias. Este suceso fue considerado el fin de la “guerra fría”, que luego se afianzaría con el derrumbamiento de la Unión Soviética en 1991
Terminada la Guerra Fría, el enfrentamiento entre dos bloques de poder, muchos ingenuamente creían que entrábamos a un mundo global, sin fronteras y de carácter más igualitario. Al contrario, hoy se han hecho más comunes las intervenciones armadas, los golpes de estados, avalados por organismos que deberían servir para fomentar la paz. Con una cuarta parte de lo que se gasta en armamento anualmente bastaría para resolver los problemas de hambruna de todo el mundo. Hoy organismos como la ONU, Fondo Monetario Internacional, son la mayor representación de los intereses de los países desarrollados y en el caso de la OTAN que se creó en el contexto de la guerra fría ya no tendría sentido de existir.
Mientras se habla de globalización es penoso ver como el mundo sigue separado, no solo por políticas económicas que restringen el libre comercio, sino también políticas migratorias que impiden el libre transcurrir de los seres humanos de un país a otro. Hoy por el contrario observamos cómo el mundo está plagado de fronteras, no solamente geográficas, sino culturales y políticas. Son cada vez más visibles los casos de xenofobia y racismo. Desde las pandillas, pasando por movimientos organizados, hasta políticas de Estados, que actúan libremente en contra de las migraciones. Hemos visto casos de palizas callejeras y hasta muertes de inmigrantes africanos o latinos en Europa y EEUU, y lo peor aún, contando con la aprobación de mucho de sus pobladores.
Mientras que se habla de globalización, aldea global y se celebra la caída del Muro de Berlín, por el contrario el mundo se llena más de fronteras, muros reales de concreto y cabilla, y muros culturales, políticos e ideológicos, junto a mayores casos de racismo y xenofobia.Se pregona a “todo viento” el respecto a las soberanías, democracias y los derechos humanos, pero solo cinco países en la ONU- organismo llamado a garantizar la paz mundial, tamaño cinismo- deciden cuándo, cómo y a quién invadir y someter, pasando por encima de las propias decisiones tomadas por las casi doscientas naciones que conforman la Asamblea General. Lo mismo ocurre con otros organismos internacionales: OTAN, TIAR, FMI, BM, DEA, que se involucran y deciden desde políticas económicas, ambientales, derechos humanos, alimentación, democracias, control de drogas, pasando por encima de las soberanías y estados nacionales, defendiendo los intereses de los países más desarrollados. Se expanden las tecnologías y el comercio, no la solidaridad.
El Planeta se desarrolla abismalmente como lo hacen las deficiencias y los problemas. Más riqueza, más insatisfacción y más infelicidad en los pueblos. Progresa la economía, pierde espesor la ética y la humanidad. Más globales, menos iguales. El discurso globalizador es evidencia de la doble moral o lo antimoral de las grandes potencias, que hablan del fin de la guerra, promueven foros de la Paz Mundial, y son los principales productores y comercializadores de armas y provocadores de conflictos.