La desaparición física de María Zambrano y de José Manuel Briceño Guerrero, incita la interrogante. De la época de Juan Nuño, conservo con aprecio: La veneración de las astucias (1990) y La escuela de la sospecha (1989). Libros que muy pocos leen, imagina uno, porque no se reeditaron o porque el pragmatismo parece asumirse como la orientación válida frente al caudal de incertidumbre que agobia a la sociedad de hoy.
Para Nuño, la filosofía tenía tres maneras de entenderla: Una, como concepción del mundo que comprende y resume todo conocimiento. Dos, como guía del hombre; y como actividad crítica y reflexiva.
María Zambrano, también de raigambre española como Nuño, en el prólogo que escribe a su texto: Filosofía y Poesía, reeditado en 1987, dialoga para decirnos y convencernos que la Utopía es el paso de lo imposible a lo verdadero. De allí, su experiencia en lo que significa el texto y su contenido, traducida en la exactitud de una hermosa y sublime frase de “lo nacido”, como ocurre con cualquier ser viviente. Esta vez, para narrar lo que significa escribir un libro.
Es en vacío de la vida del hombre donde muchos encuentran cabida para la filosofía, pero eso no ocurre con la poesía, nos dice. Suena simple y es igualmente aleccionador porque es desde este último espacio desde donde discierne, como muy pocos lo hacen. Agregando: la verdad que buscan muchos filósofos no es la misma que se encuentra en la poesía. Porque no es excluyente, imperativa, electora, selectiva para con aquello que luego va a erigirse en dueño de todo lo demás, de todo.
Es la reflexión que corresponde a una época, que en sus estertores, aún está marcada por el positivismo. La filosofía arrinconada por la ciencia experimental. Entronizada la racionalidad, certificó el divorcio con la poesía. Aunque hubo y los hay, científicos que incursionaron en el primero de los campos, con acierto. El segundo les resultó más esquivo.
A la extensa obra del venezolano, José Manuel Briceño Guerrero, atisbamos por Anfisbena. Culebra ciega, en ocasión del bautizo en los predios de Medicina, invitado por el recordado amigo Angel Muñoz. Encartado tenemos a la mano Verbigracia (El Nacional, domingo 16 noviembre de 1987). Refiriéndose a él, afirma Fernando Báez: ”En la vida de JMBG todo está marcado por el fuego de la filosofía, la misma que define como una reflexión sobre el sentido de la existencia y de la conciencia universal llamada a prestar un servicio educativo. Tamaña tarea le significa una preocupación adicional: hallar la música, la poesía capaz de expresarla”.
Ensayar una respuesta al título apunta a un contundente: No. La comprensión del sentido y pasión con el cual ejercieron su oficio, leitmotiv de su existencia, hace pasar por alto su desaparición física: ¡Viven en sus ideas!
