Briceño Guerrero creía que estaba por venir una nueva cultura latinoamericana

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Su saber, describe Fausto Izcaray, era una fuente infinita de conocimientos, que compartía generosamente con una sencillez admirable y con un magnífico buen humor.

«Briceño Guerrero afirmaba en sus conferencias que estaba por venir una nueva cultura latinoamericana y que él pensaba que era a través del arte que podía desarrollarse».

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Esta es una de las afirmaciones del filósofo y filólogo José Manuel Briceño Guerrero que acaba de fallecer en la ciudad de Mérida, y que Fausto Izcaray, comunicador y investigador recuerda con firmeza porque lo conocía personalmente.

«El viejo» era nuestro sobrenombre para el Maestro Briceño Guerrero, explica Izcaray. Cuando queríamos referirnos a él con el cariño, el respeto y la admiración que sus alumnos sentíamos por su persona. A él personalmente lo llamaban unos, doctor Briceño y, otros incluyéndome, nos dirigíamos a él como Maestro.

-Nuestro primer encuentro con él se produjo en una época en que mi esposa y yo nos encontrábamos en la búsqueda de conocimientos que nos ayudaran a comprender el sentido de nuestras vidas acá y en el más allá. Todavía recuerdo que quien me animó a visitarlo en su casa en Mérida, en la parte alta de La Pedregosa, fue el astrólogo Mario Flores. “Vayan, visítenlo y le dicen que yo los mandé a hablar con él”.

En esa época, recuerda Izcaray, nos gustaba ir a Mérida, por sus paisajes. Llegamos hasta su casa y su esposa nos hizo pasar a la sala. Allí nos encontramos con él, por primera vez, en nuestra búsqueda de comprensión y de conocimiento. Fue muy grato el rato que pasamos con él conversando y tomándonos un café. Su sencillez me sorprendió, para alguien que hablaba 18 idiomas y tenía fama como filósofo y escritor. Al momento de despedirnos,relata, nos pidió que esperáramos porque iba a buscar uno de sus libros, “a ver si me quedan copias”. Y al regresar nos entregó un ejemplar con dedicatoria: “Para Fausto y Liliam con los buenos augurios del encuentro, cordialmente” y su firma. Eso fue el 10 de agosto de 1992 y, desde entonces, empezó mi peregrinar casi mensual a Mérida para asistir a su seminario sin fin en donde leíamos El Quijote, Shakespeare en diversas obras y tantas cosas más, que llenan mi memoria con gratitud.

-El Maestro hacía comentarios, contaba anécdotas, para nuestro deleite, que ampliaban la comprensión de los textos bajo estudio. Un conjunto de jóvenes estudiantes de la Universidad de los Andes, y de otros países estaban presentes. El Viejo iba pidiéndonos que leyéramos, por turnos, partes de El Quijote o bien obras de Shakespeare en inglés, en alemán, en italiano, cualquiera que fuera la versión en manos de uno de los asistentes, para que escucháramos en otros idiomas las grandes obras. Todos los viernes por la noche se realizaba el seminario al cual nos apresurábamos a llegar temprano para poder conversar con él privadamente, y para disfrutar de su inmensa sabiduría cuando dirigía la sesión.

Su saber, describe Izcaray era una fuente infinita de conocimientos que compartía generosamente, con una sencillez admirable y con un magnífico buen humor. Cada seminario era una experiencia transformadora. Las semillas que sembró en nosotros fueron dirigidas siempre para que ansiáramos conocer y comprender cúal era nuestro camino por la vida. De allí que Fernando Arturo Yépez me escribiera ese mensaje tan sentido: “El Viejo vive en nosotros”.

De esas semillas surgieron libros de poemas que él me animó a publicar, reveló Izcaray. Su apoyo y su confianza en mí, me inspiraron a aceptarme como poeta. El prólogo a mi libro Río Cuántico en el Tao fue un gesto de generosidad que nunca olvidaré. Cuando en una tertulia me hizo leer esos poemas, todavía sin publicar, una y otra vez, recuerdo que uno de los asistentes me preguntó si los había escrito después de hacer meditaciones con relajación. El Maestro le respondió a esa persona: “Eso no es el producto de una meditación. Hay que vivir muchas vidas para escribir eso.” Y, volviéndose hacia mí me dijo: “Mire Fausto, a veces los maestros renacen y escriben, y olvidan que son maestros. Tienen que leer sus propios escritos para recordar que son maestros.”

-También son semillas las incontables experiencias que compartimos con él en nuestras “noches largas” en las que leíamos Diálogos de Platón, escuchábamos a jóvenes músicos tocar magistralmente sus instrumentos; leíamos poesía, incluyendo las de Río Cuántico en el Tao, que eran de su predilección y fraternizábamos alrededor de una fogata y una mesa en la cual compartíamos la cena. Sus consejos, comentarios y enseñanzas son semillas fuertes y vigorosas en nosotros y seguiremos recibiendo sus frutos completos a través del tiempo. De eso se trata la metanoia, el cambio desde adentro de uno mismo que genera el tipo de Maestro que fue y seguirá siendo para nosotros El Viejo.

Queda para el ser humano interesado en saber siempre algo más en la vida, su vasta obra literaria y cultural. Todavía no hemos estudiado a fondo sus aportes a la comprensión de nuestra identidad como pueblos de Latinoamérica en su Laberinto de los Tres Minotauros, que recoge los tres discursos del pensamiento latinoamericano: el discurso europeo segundo, estructurado mediante la razón segunda y sus resultados en ciencia y tecnología, que incluye la esperanza de los derechos humanos para todos, sin distinciones; el discurso mantuano, cristiano-hispánico, heredado de España; y el discurso salvaje, producto de la herida sufrida por las culturas precolombinas de América por la conquista.

Briceño Guerrero afirmaba en sus conferencias que estaba por venir una nueva cultura latinoamericana y que él pensaba que era a través del arte que podía desarrollarse.

Decenas de libros literarios escritos bajo el pseudónimo de Jonuel Brigue incitan a descubrir caminos, reflexiones y conclusiones filosóficas, espirituales y plantean preguntas que hay que “dejarlas quietas” como solía decir, allí en su propia dimensión, alimentándolas hasta que uno viera el fruto del proceso hacia el conocimiento.

Recientemente leí un artículo en una revista científica cuyo autor afirma que las personas muertas permanecen vivas en nuestras neuronas. Estoy convencido que las enseñanzas y el cariño que nos ofreció este gran Maestro (así con mayúscula) no sólo vivirán en nuestras neuronas sino en el espíritu de cada uno de sus discípulos.

 

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