Editorial: El Presupuesto 2015

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Si un presupuesto, como lo indica el Dicccionario de la lengua española, es una suposición, la relación, por anticipado, “del coste de una obra o de los gastos y rentas de una corporación”, en nuestro caso, de la república, la conclusión a la cual hemos de arribar es que, año tras año, el Gobierno le plantea al país supuestos, o estimados, sin asidero, falsos, que, como era de temer, jamás se cumplen.

No se trata de un error de apreciación cualquiera. Si en un hogar, el nivel de los gastos no se ajusta a los ingresos de la familia, ni se toman previsiones para alguna emergencia o adversidad; y si, en cambio, se actúa con desenfreno, como si se viviera en una eterna y providencial bonanza, sin austeridad ni cautela, es fácil prever que la economía de ese grupo familiar, por su propio descuido, estará condenada a ser frágil, inestable, poco resistente. Ahora, proyectemos esa imagen sobre la nación entera.

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¿Qué ocurre cuando quienes dirigen las riendas del país incurren en un gasto público exorbitante, asumen el endeudamiento como un festín de excesos, y arrasan no sólo con el aparato productivo, sino también con la disciplina del trabajo, del estudio, con los principios de la constancia, la superación y la honestidad?
Lo más lastimoso es que ya, de antemano, la nación sabe bien que lo presentado por el ministro de las Finanzas a la Asamblea Nacional, no es más que un libraco de suposiciones improbables.

La inflación de 2013 fue de 56.2% y la de 2014 tiene todas las trazas de cerrar en alrededor del 70%; pero, sin que la política económica haya sido modificada, ni las variables estructurales cedieran, se tiene la osadía de vaticinar que en 2015 el índice inflacionario se moverá en una banda entre 25% y 30%, que ya, por lo demás, sería bastante alto. ¡Ni el más ingenuo de los fanáticos de la revolución podría creer semejante prodigio!

Todavía en marzo de este año, es decir, ya entrado el presente año fiscal, una voz tan autorizada como la del presidente del Banco Central de Venezuela, Nelson Merentes, le prometía a los venezolanos que el Producto Interno Bruto, la suma de los bienes y servicios generados dentro del país, crecería 2.4%, casi la misma proporción (2.5%) que escaló en 2013 el PIB de Brasil, la sexta economía global. Es decir, ese gigante de la América del Sur registró una tasa apenas 15 décimas mayor a la de 2012 en su PIB y acaba de recortar su proyección de crecimiento económico para este año, lo cual es atribuido a bajas significativas tanto en la inversión como en el consumo. ¿Estamos mejor nosotros respecto a esos escenarios?

La respuesta es un rotundo no. Basta analizar la crisis en la salud y en las universidades, en los servicios públicos, los graves desajustes en el situado que reciben las regiones, el desabastecimiento de bienes de consumo básico, el creciente déficit fiscal, la sobrevaloración de la moneda. La inversión declina, junto con la productividad. En estos instantes, justo cuando se mueven hacia la baja los precios del petróleo, rubro que aporta 90% de nuestros ingresos, Venezuela asume otro infame récord: su condición riesgo-país figura entre los más altos del mundo, en buena medida por la erosión de las reservas internacionales. Los entendidos sugieren que nos encontramos al borde de una recesión.

De manera que el presupuesto de cada año, y el inflamado discurso oficial, dibujan una Venezuela que no es la real, no es la que todos sufrimos al ir al mercado, a la farmacia, o al producirse un corte eléctrico. La economía no se alimenta de consignas ni se orienta por las alucinaciones oficiales. Una muestra de ello es que pese a la fanfarronería de exhibirnos como una potencia energética mundial, nos exponemos a la vergüenza de tener que importar petróleo de Argelia. Antes lo hicimos con la gasolina y con el gas. Y si, conforme a la propaganda gubernamental, el hecho de que los precios del crudo se mantuvieran altos todo este tiempo se debió a la fortaleza que la revolución le imprimió a la OPEP, ¿cómo interpretar ahora su drástico y sostenido derrumbe? ¿Es cierto que no importa “para dónde tiren” los precios del petróleo? ¿Cuál es el plan de contingencia que se ha concebido al efecto?

Un presupuesto habla de supuestos, o estimados. Pero tales supuestos deben ser sinceros, guardar alguna semejanza con la realidad. Un presupuesto no debe ser, jamás, un rosario de hipótesis engañosas.

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