“Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos “(Mt 22,14).
Este texto bíblico hace referencia a la vocación o llamada.
Todas las vocaciones en el Antiguo Testamento tienen por objeto misiones. Si Dios llama, es para enviar a una misión.
En efecto, Yahvé, elige a Abraham y lo envía: “Sal de tu tierra… y vete al país que yo te indicaré” (Gn 12,1).
A Moisés le dice también: “Ve, pues, yo te envío al Faraón para que saques a mi pueblo…” (Ex 3,10).
Amós se expresa de esta manera: “Yahvé me llamó de detrás del rebaño, diciéndome: vete, profetiza a mi pueblo Israel” (Am 7,15)
A Jeremías lo exhorta diciendo: “No digas, soy un niño, porque a todos los que te enviaré habrás de ir, y todo lo que te ordenaré, lo harás. No tengas miedo de ellos porque yo estoy contigo para protegerte” (Jr 1, 7-8)
La vocación es el llamamiento que Dios hace oír al hombre, que ha elegido y al que destina a una obra particular en su designio de salvación, en medio de su pueblo.
Al origen de la vocación, se da por tanto una elección divina que significa al mismo tiempo, una voluntad divina que se debe cumplir. No obstante, la vocación añade algo a la misma elección y misión, que viene a ser, un llamamiento personal, dirigido a lo más profundo de la conciencia y que cambia radicalmente la existencia del llamado, transformándolo, en otro hombre.
Incluso, a veces la Escritura para señalar este cambio, da al elegido un nombre nuevo (ls 62,2)
Dios espera una respuesta a su llamamiento, a través de una adhesión consciente de fe y obediencia, a veces esta respuesta es inmediata como en Isaías 6,8; pero otras veces el elegido siente temor, y trata de huir. “Moisés dijo a Yahvé, pero Señor, yo no soy hombre de palabra fácil ni en el pasado, ni desde que tú has hablado a tu siervo, más bien soy tardo en el hablar y torpe de lengua” (Ex 4, 10)
Esto sucede porque la vocación o llamada de Dios, pone aparte al elegido, y hace de él un extraño en medio de los suyos: “Así me habló Yahvé, cuando me tomó con su mano y me advirtió que no siguiera la senda de este pueblo (ls 8, 11). “Pues hasta tus hermanos y familia te traicionan. Ellos mismos por la espalda, te critican sin ambages”. (Jr 12,6). “Ay de mí, madre mía, que me engendraste, hombre de querella y de discordia para todo el país. No he prestado dinero, no he recibido préstamo, pero todos me maldicen” (Jr 15,10).
Este llamamiento, no es respondido de igual modo por los que el Señor escoge.
En efecto, la alianza es en primer lugar un llamamiento de Dios, una palabra dirigida al corazón. “El pueblo, respondió a Josué: Serviremos a Yahvé, nuestro Dios y obedeceremos su voz” (Jos 24,24).
Este llamamiento espera una respuesta, un compromiso existencial.
Ciertamente que los rasgos plenos de la vocación se caracterizan en Jesucristo, quien siempre escuchó y obedeció la voz del Padre. El cumple a plenitud la misión que el Padre le encomienda.
La vocación es el medio de que se sirve Jesucristo para agrupar en torno suyo a los doce (Mc 3,13). Toda la predicación de Jesús, tiene algo que comporta una vocación: Un llamamiento a seguir en una vida nueva, diferente, constructiva. Y si hay muchos llamados y pocos elegidos, se debe a que la invitación no siempre es correspondida, por la libertad humana.
La Iglesia naciente percibió inmediatamente la condición cristiana como una vocación.
Para Pablo existe un paralelismo real entre él, como Apóstol, y los cristianos de Roma y de Corintio: “Pablo llamado a ser Apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios… a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos…” (1Cor 1,1)
Para darles una regla de conducta en este mundo cuya figura pasa, los invito a quedarse cada uno en la condición en que le halló su llamamiento. “Hermanos: Cada cual permanezca ante Dios en la condición que tenía cuando fue llamado” (1Cor 7,24)
Vivamos con persuasión y gozo nuestra vocación sacerdotal, religiosa y laical.
Como Iglesia, somos misioneros.
Apoyemos las Misiones con nuestras plegarias, trabajo y recursos.
Vivamos con responsabilidad y fe nuestra vocación humano-cristiana. Recordemos, como dijo Pablo VI, que toda vida es vocación, porque todo ser humano es hijo de Dios.
Vivamos con vocación y por vocación de servicio. Escuchemos a nuestro Señor Jesucristo que nos dice: “No me eligieron ustedes a Mí, sino que yo los elegí, para que vayan y den fruto, y este fruto permanezca…” (Jn 15,16).