A esta altura veo a la Tierra en su azul diminuto y distante. Soy la gélida y perfecta expresión del avance tecnológico, al servicio de las pulsiones humanas que me alzan y lanzan para sondear desde aquí, lo que abajo es quizá insondable. Me aburro en tonos negros, espaciales y galácticos, y me entretengo en el luminoso jugueteo orbital de la Luna, y con las cosas que se ven y se escuchan por estos lares, estelares.
Viví mi apogeo durante la Guerra Fría. Me contaron mis abuelos, de carreras espaciales y disputas ideológicas ventiladas en el espacio, en el clímax del poderío y la desconfianza entre norteamericanos y soviéticos, de innumerables antecesores que fueron poblando los límites de la atmósfera para marcar territorios siderales, mostrar el músculo científico y espiarse mutuamente. Y luego muchos satélites poblaron los cielos, de distintas banderas y diversas finalidades, ostentaciones y vaciedades, para escuchar a los posibles vecinos alienígenas, que desearían enviar algún mensaje, o acaso anunciar su próxima visita. Pero he visto cosas, y casos, y artefactos y presencias que aterrarían a las mentes más creativas de la ciencia ficción.
Sirvo a gobiernos, corporaciones, asociaciones y a ciertas disociaciones mentales que apoyadas y poderosas, me colocan en estas órbitas para facilitar las comunicaciones, o favorecer ciertas incomunicaciones según el caso y la conveniencia geoestratégica-espacial y terrenal. Muchos familiares flotan y exhiben sus estructuras metálicas ya inservibles por el peso de la obsolescencia, y o el contrapeso de la propaganda como forma de malgastar el dinero, alimentando egos pseudopatrioticos y cuentas extranjeras, además de impunes corruptelas, cuya ausencia de escrúpulos es como las fronteras de la galaxia.
Soy un símbolo del progreso, de la ciencia y el dominio humano en las comunicaciones crecientes e integradas. Pero soy también, en ciertos casos de delirios galácticos y revoluciones entrecomilladas por su inocultable fracaso, el cuerpo sin vida de la sensatez, el cinismo hecho metal inoxidable, la pomposa muestra del despilfarro y la inutilidad, frente a necesidades, carencias y urgencias no atendidas y que pretenden ignorarse contribuyendo con la industria militar-espacial de naciones “aliadas”.
¿Cuántas escuelas se construirían con mi costo? ¿Cuántos hospitales? ¿Autopistas? ¿Casas? ¿Cuántas deudas en divisas se saldarían, en decente cumplimiento de obligaciones ya vencidas con empresas de verdad, y no de maletín y chanchullo? ¿Cuántos equipos médicos, insumos y tratamientos para pacientes crónicos represento? Muchos. Incontables. Demasiados. Vulgarmente demasiados.
No es un tema científico, político, espacial, militar. Es un tema de decencia. Equilibrio. Mesura. De simples prioridades. De humanidad. De cordura.
Pero claro, a fin de cuentas, es sólo lo que yo pienso, aquí arriba. Solitario. No me hagan caso…soy sólo un satélite.
@alexeiguerra
Capitalismo Lunar – Soy sólo un satélite
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