Así fue llamada nuestra ciudad por la Corona en 1591. Fundada cuatro veces, Barquisimeto sigue siendo un lugar de fundaciones pendientes. No en balde pasó de ser asentamiento para la extracción del oro, a ser capital de Lara en esta meseta donde el viento cruza a su antojo, repartiendo crepúsculos inolvidables en asentamiento físico y simbólico de la región centrooccidental, lo cual le ha permitido, convertir en ventajas lo que fueran desventajas al ser cruce, intersección, entrada y salida de viajeros, costumbres, flujos y reflujos sociales que le marcarían el destino desde su primera fundación.
Un nuevo aniversario nos hace repensar en lo que conversamos muchas veces con gente amiga que se mira desde sí misma para intentar comprenderse desde lo social. Lo que podría llamarse “barquisimeidad” y alude conductas colectivas que obedecen a códigos de aceptación y rechazo regionales. Uno de ellos es pertenecer y ser espacio privilegiado en donde abundan muy buenos compositores, intérpretes y cantantes de la música académica, popular y folklórica. Puede sonar exagerado pero pocos lugares hay donde la gente, al margen de poseer atributos musicales, posea uno cuya importancia suele olvidarse: un oído educado desde la infancia para la escucha que le permite ser exigente con la llamada música venezolana. Esa que algunos confunden con éxitos radiales y versiones edulcoradas o elementales de un patrimonio nacional y regional complejo y rico por su variedad formal y su temática.
Llegué a esta meseta de vientos hace más de 47 años. Vi nacer a la UCLA. Venía de la ULA y del frío montañoso merideño con el bagaje familiar y el imaginario andino que no tuvo problemas a la hora de hacer afluentes con el de una región marcada por el semiárido, el humor de su gente, la conversa hilada al calor de un café después de pasar una especie de “examen” que aún hoy, bajo otras modalidades se mantiene frente al que viene de “afuera”. Me asombraronsu cuadrícula urbana organizada en carreras y calles, que me entregaban una referencia espacial negada por sus horizontes abiertos, la tradición de EL IMPULSO en darle espacio a los escritores, su luz radiante, sus cielos azules que ya son míos, los crepúsculos que aún me asombran, su tradición radial y su aire de pueblo grande que afortunadamente aún conserva. Su fe en la Divina Pastora y su religiosidad popular, respetuosa de los sentimientos religiosos, así como su capacidad organizativa que dio lugar al cooperativismo que sigue dando lecciones.
Me siguen llamando la atención,el poco compromiso de autoridades y habitantes con sus escasos parques, el caos de sus mercados, sus ferias concebidas como extensión de gustos personales o políticos y su relación ambigua con Los Cardenales. En fin,hay cosas por refundar dentro de cada uno de quienes nacidos o no acá, la llevamos en la memoria y corazón. Una de ellas: ampliar el concepto de pertenencia y compromiso con Barquisimeto.
Las voces de Penélope – Muy noble y muy leal ciudad
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