La caficultura nacional en su peor momento

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El hecho de que el dueño o la dueña de casa se vean precisados a andar de comercio en comercio con la esperanza de adquirir un paquetico de café, de cualquier tamaño o marca, no es solamente por la acción de los llamados “bachaqueros”, que se llevan el producto para Colombia, sino por la carencia de programas oficiales destinados a incentivar la producción del rubro.

“Los caficultores no recibimos nada que nos obligue a permanecer en el campo, trabajando la tierra para que en la ciudad puedan tomarse su cafecito criollo en la mañana o a cualquier hora”, dice un campesino.

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“Todo lo que está pasando con la caficultura nacional es producto de la ineficacia, ineficiencia, falta de rendición de cuentas y otras fallas que en materia agrícola ha venido arrastrando el régimen actual desde sus inicios”, acusa Maximiliano Pérez, presidente de la Asociación de Caficultores de Lara y coordinador de relaciones institucionales de la federación.

Como buen conocedor del tema recuerda que en 1999, cuando se inició el actual Gobierno, la producción cafetalera venezolana era de 1.550.000 quintales, de los cuales Lara aportaba 480 mil (30%).

“Esa es la última cifra creíble aportada por el desaparecido Fondo Nacional del Café”, aclara.

En aquel tiempo el consumo nacional era de 950 mil quintales y se exportaban 600 mil.

En la actualidad no se tienen cifras confiables, aunque voceros del Gobierno Nacional han calculado las importaciones en 800 mil quintales, procedentes de Nicaragua, Honduras y Brasil.

La cosecha 2012-2013 fue de apenas 500 mil quintales, recolectados en el pico del proceso: entre el 20 de noviembre y el 10 de diciembre. Luego, hasta febrero se recolectan otros 150 mil.

Pero, recuerda Pérez, la producción decayó en 2013-2014 a causa de diversos factores, como la falta de asistencia técnica, el desabastecimiento de insumos químicos o la roya y la broca, y Lara, primer productor del país, estuvo en el orden de los 150 mil quintales.

Pero hay otro dato que pone de manifiesto los índices negativos que ha venido arrastrando la caficultura nacional y es que en 1999 exportábamos 600 mil quintales del grano y ahora importamos 800 mil, no de muy buena calidad, como lo puede comprobar cualquier persona que nota la diferencia entre un café venezolano y un importado, aunque se presume que desde el Gobierno se recomiende su liga para confundir al consumidor.

Un ejemplo de la falta de atención oficial a los productores nacionales se encuentra en el caserío Santa Marta, parroquia Hilario Luna y Luna, municipio Morán, donde hace varios años el entonces ministro de Agricultura y Tierras, Elías Jaua, en un acto televisivo, lo declaró Vitrina de la Caficultura Nacional.

Aún los campesinos de la zona están esperando los beneficios que dejaría esa declaratoria pues continúan olvidados, sin un centro asistencial, sin una escuela bien dotada para los niños, sin suministro de alimentos, sin programas de viviendas dignas muchas veces prometidas, sobre todo en temporadas electorales, y, por si fuera poco, sin vialidad pues cuando llega la temporada de invierno quedan aislados debido a que ni los vehículos a doble tracción pueden recorrer la mal llamada carretera desde Villanueva.

“Seguimos siendo los más olvidados”, dijo recientemente, desesperanzado, uno de los pobladores de Santa Marta, al hacer un llamado a los gobiernos nacional, regional y al municipal, para que les tomen en cuenta a la hora de elaborar presupuestos para obras.

Pero igual como están los campesinos de Santa Marta se encuentran los de otros sectores rurales de los municipios Morán y Andrés Eloy Blanco, donde aún quedan algunos resistiendo en medio de las dificultades que se les presentan a diario para continuar haciendo lo que han hecho toda sus vidas como es levantar sus siembras de café para que los citadinos podamos disfrutar a diario de su aroma al levantarnos o a cualquier hora del día.

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