Mi país, mi querida Venezuela, tiene que ser siempre una ilusión en el corazón de nuestros muchachos. No se puede perder la ilusión de hacerla grande. Pareciera que mantener viva esa ilusión hoy en día, es difícil. Venezuela siempre fue una ilusión y una pasión para las nuevas generaciones. Por esa ilusión y pasión, hicieron historia los jóvenes de La Victoria en 1812. Y más tarde, lo que se conoce como la generación del 28, o la generación del 36, o la del 58. Grandes profesionales en todas las ramas de las ciencias han salido de nuestras universidades, surgieron también deportistas, músicos, pintores, artistas, etc. Al comienzo fueron todos muchachos apasionados por su patria y el futuro de ella.Venezuela se sentía como un país por hacer. Los pasillos de colegios, liceos y universidades fueron siempre espacios de sueños de un país mejor.
Por estos días terminan etapas de estudio y se gradúan miles de jóvenes venezolanos tanto del bachilleratocomo de universidades. Por diversas razones estoy en contacto con gran cantidad de esa gente joven que culmina las diferentes etapas de estudio, y puedo decir, con mucho dolor, que este año ha crecido entre nuestros jóvenes, el deseo de irse de Venezuela. No sé qué porcentaje será, pero por lo que oigo, siento que este año será mayor la “huida” de muchachos que no quieren continuar en este “infierno”, como les he oído decir. Me pregunto si se ha perdido la ilusión por Venezuela. Esta interrogante la uno a una experiencia de mi reciente viaje a Europa. En el vuelo de ida iba un joven matrimonio con sus pequeños hijos, que dejaba a Venezuela porque “no la soportaban como está”. Ambos venezolanos, aunque él de padres españoles y ella maracucha. Y el día que regresábamos, al momento de partir al aeropuerto de Madrid, mi señora y yo al despedirnos de una joven sobrina, sólo tiene 13 años, quien con sus padres vive en esa ciudad desde hace tres, le pregunté si no le provocaba regresar a Venezuela, y ella sin pensarlo me respondió no. Todas mis antiguas amigas venezolanas me cuentan lo mal que está aquello, aquí estoy feliz, tranquila, estudiando y sin peligro me dijo. Sentí una gran tristeza y no tuve argumentos para refutarle su decisión.
Me duele Venezuela, de verdad. Se nos desintegra esta patria tan hermosa y tan llena de posibilidades para todos, de la cual podíamos haber hecho, o podemos hacer todavía, un extraordinario lugar para vivir. Ese es el reto que deben asumir las nuevas generaciones. Quienes tenemos más edad, estamos obligados a sacrificar nuestros últimos años para abrir el camino de la reconstrucción de un país que con saña ha destruido esta perversa “revolución”a la que no le importa el futuro de la juventud venezolana. Despertemos de nuevo la ilusión por Venezuela.
¿Venezuela ya no ilusiona?
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