En la medida en que el tiempo y los hechos van develando el monumental fracaso del modelo político y económico de la “revolución” en lograr mejores niveles de vida, de trabajo, alimentación, seguridad, salud, educación, vivienda y bienestar, se va poniendo a tono la aceitada maquinaria judicial y represiva para silenciar cualquier queja, protesta, manifestación o simple expresión de descontento con la actual gestión presidencial.
Quienes hoy se aferran a la denuncia de los abusos y errores de gobiernos anteriores, del “pasado”, parecen ignorar no sólo la empinada cuesta de 15 años de administración desde la cual pretenden aun lanzar promesas cargadas de ilusión y desvarío, sin explicar lo no cumplido, sino la demolición del Estado de Derecho y la Constitución, para justificar la cárcel, detención, persecución, cuando no la censura o el apartheid político, social o económico a todos aquellos que no comulgan con el proyecto político oficial, y que se atreven a manifestarlo o expresarlo públicamente.
Venezuela es hoy la inercia del deterioro, el lugar común de la corrupción, el reino de la impunidad, el imperio del delito que se ha apoderado de cada resquicio de cotidianidad, convertida en toda una desgastante y audaz aventura de supervivencia.
El desborde de algunas protestas, y los excesos y daños que se han generado, han sido la excusa perfecta para prohibir toda protesta o manifestación, criminalizándola. Y entramos así en el subjetivo y nebuloso espacio en el cual un régimen se olvida de conceptos quizá demasiado exquisitos e incómodos como “Derechos Humanos”, “derecho a la defensa”, o “Constitución Nacional”, y sin pruebas y más argumentos que la “seguridad del Estado”, pasa a ser juez y verdugo, y a utilizar la sospecha como único y suficiente requisito para la persecución o detención de un ciudadano que manifieste su condición crítica, opositora o inconforme, o cometa el “criminal” error de pedirle al Presidente Maduro que renuncie, o que se vaya.
Subyacente a la represión, al irresponsable desprecio del drama diario de los venezolanos, y a la polarización política y el resentimiento exacerbado, está la urgente exigencia de que sus problemas sean solucionados. Es decir, de que exista algún “cable a tierra” entre el quiebre profundo de la gobernabilidad, el caos y la anarquía de una nación al garete, y el obcecado delirio y voracidad controladora que se asume eterno en el poder.
El gran Estado-Partido-Propaganda que tenemos ha batido record en la producción de tres rubros: mentiras, promesas y culpables. Mentiras, para ocultar la verdad de su desastre; promesas, reencauchadas, perennes e incumplidas, y culpables, fantasmas y espejismos distractores de su ocaso.
El cambio, es urgente e imperativo. Tarde o temprano, la realidad lo irá imponiendo. Aunque el silencio se haga ensordecedor, y aunque disentir, sea un gravedelito.
@alexeiguerra
Capitalismo Lunar – Disentir, grave delito
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